Creo que hasta hace pocos días, nunca he paseado por el
mero hecho de hacerlo. Vagar sin destino o caminar sin previamente haber
diseñado una función es una práctica que no he podido entender. Solo camino por
mis noches.
Las noches me activan y, durante mucho tiempo, me
acostumbré a mantener un sistema de alerta nocturno que yo mismo me he
justificado como una necesidad terapéutica que me ayudaba a sobreponerme de
recuerdos pasados.
Inerte y, desde la misma cama, corría por mi pasado y
recordaba marcados instantes que, a modo de nítidas imágenes con su propia
banda sonora, cuadriculaba y programaba en sistemas de bloques a los que me era
más fácil enfrentarme.
Con suerte y después de aplicar mil lecturas referentes a
estrategias en la lucha de guerrillas, me debilitaba como mi propio enemigo que
era y ya solo quedaba empezar a preparar la guardia de la noche
siguiente.
Sigo viviendo y cada día me considero un
poquito más cobarde. A veces trato de ponerme en la piel de los protagonistas
del momento y me pregunto cómo serán capaces de superar los fantasmas que, sin
duda alguna, les amenazan. Mi experiencia me dice que, con el paso del tiempo
los miedos se agravan y la madurez no es fruto nada más que de una
manifestación de debilidad cuando hablamos del interior de nuestra alma.
Frank Sinatra necesitaba del whisky para pasar las noches.
Warhol las vivía como la única mitad de su vida consciente. Dudo que Poe viera
la luz del día en algún momento. Sin
embargo, al único que de verdad siempre he entendido es a Milton. Emuló a
Homero de día sin llegar a entender la relación entre la noche y los sueños.
Un día más y una noche menos.
Pasen días y vengan noches...
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