Nada de lo que en cada uno de
nosotros tiene valor está relacionado con lo que a través de nuestros actos nos
empeñamos en demostrar que somos.
Un hombre de pueblo me dijo ayer,
que nos pasamos la vida empeñados en conseguir asistencia para el día de
nuestro entierro. La hipocresía entre los humanos llega a tal punto que para
muchas personas, su actual forma de vida no tiene que ver nada con lo que
realmente son en su profundidad y hoy forman parte de una ficción capaz de demostrar
sentimientos, actitudes, creencias y opiniones que nada tienen que ver con su
persona.
Cuidamos de lo que somos en
imagen para otros y en ocasiones nos olvidamos de defender lo que más queremos.
La evolución hasta la época moderna nos ha hecho olvidar aplicar los mecanismos
de supervivencia del propio ego, convirtiéndonos en caricaturas que muestran repetitivos
seres sin especialidad ninguna en el arte de eso tan bonito y a la vez tan difícil
que se llama vivir.
Siempre quedará en la mente del
protagonista de esta historia la facultad de levantar la cabeza y pensar que al
menos un día, que hoy ya queda muy atrás, supo decirse a sí mismo que siempre
sería mejor vivir luchando contra la dificultad que mirarse en el espejo y
pensar en las lecciones de Borges.
Hoy solo quedan recuerdos y
volátiles fantasmas que se tornan consistentes a partir del cuarto espejo que
libera el sueño. Por lo demás y aunque pensando en diferencia con el resto, el
primer actor ha conseguido poner los pies en el mismo estrato que los demás.
Lo que nunca conseguirá, es
volver a poder ver el interior de su propio yo a través de las formas de un
simple espejo.
La Hipocresía de los Espejos
La Hipocresía de los Espejos
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