Si hubiera Dios, la enfermedad no se hubiera llevado al
maestro. Hubiera terminado con el traidor.
El 22 de mayo de 1981 a los 55 años, Emilio sucedió a Gerardo
como máximo responsable de un Centro Superior de Información que dependía
exclusivamente del Ministerio de Defensa. Sin ser necesario, dimitió en el
verano de 1995 demostrando su profundo talante democrático y una honorabilidad
personal fuera de toda duda. El hasta entonces Jefe de los espías españoles
dejó un vacío de poder en cuestiones de seguridad nacional que nadie hasta le
fecha ha podido cubrir.
Manglano asumió toda la responsabilidad en el caso de las
escuchas ilegales por parte de La Casa. Acusaciones de las que, posteriormente,
quedaría absuelto y libre de cualquier sospecha.
No es momento de hablar de aquella situación interna que
tuvo como base un, para mí, simple error en las actuaciones de otro de los
grandes de la seguridad nacional, que hizo que Don Emilio dejara su cargo. Sin
embargo, sí creo que habría que reconocer esa profesionalidad que nunca nadie
fue realmente capaz de poner en duda.
Nunca, nunca, nunca despachó con Felipe González en
temas de terrorismo. Siempre defendió a los suyos por encima de su puesto,
incluso a ese señor x quien, según la parafernalia propagandística del
momento, le reescribió como su enemigo.
Cuando recibí la noticia de la muerte de Emilio Alonso
Manglano, me vino a la cabeza Snowden. Pasadas unas horas, todavía me estoy
preguntando cómo somos capaces de encargar tareas de hombres a niñatos de
mierda incapaces de hacer la ‘o’ con un canuto.
Allá donde vayas, los que estén a tu lado, estarán
muy seguros.
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