martes, 11 de noviembre de 2014

Eternidad finita

Lo más opuesto al libre albedrío. Así es la fuerza sobrenatural que, según dicen los que en ella creen, nos guía de manera inevitable hacia fines no seleccionados de antemano.

El hecho de dirigirnos todos los días al mismo lugar puede dar al traste con nuestras esperanzas de vida desde el mismo momento que un día elegimos una ruta diferente. Ante la posibilidad de alternar diferentes caminos para acceder al mismo sitio, escoger entre varios días para coger un avión o entrar o no en un bar a tomar una cerveza, se exponen para nosotros infinitas alternativas de forma de vida que sin darnos cuenta estamos obligados a sortear.

Lo ambiguo del pensamiento en el concepto de nuestro destino o hado, sería pensar en el porqué de la unión de dos caminos que nunca deberían haberse cruzado o en el mejor de los casos habría unas pocas posibilidades de ello, entre un número que tiende a infinito.

Cansado de comprobar que la distancia entre las personas en el tiempo y el espacio no hace imposible ninguna relación humana, me quiero preguntar sobre la capacidad que tenemos de renunciar a nuestro destino e ir un poco más allá. Plantear si realmente existe como algo prediseñado para nosotros por algún poder supremo.

Filosóficamente nada es cubierto por azar pero el destino sí es contemplado como una casualidad. Matemáticamente podemos coger una baraja española y de entre las cuarenta cartas, calcular cuántas posibilidades hay que al extraer dos naipes seguidos, obtengamos dos sotas.  Fácilmente podemos calcular que un décimo multiplicado por un treceavo nos daría el número 130, y esas son las posibilidades de éxito.

Ahora bien. Si hacemos el famoso juego de los timadores, ese que al marear entre las manos tres naipes, debemos de acertar la posición de una de ellas, obtendríamos mejores resultados si eligiéramos al azar en vez de orientarnos por nuestra engañada visión. Por tanto, un tercio no significa siempre tener un 33 % de posibilidades de éxito.

En estos últimos años he pensado mucho sobre esto del Fátum y en estos últimos días he llegado a un convencimiento propio por el cual me defino y en base al que pretendo luchar cada día.

De alguna manera u otra, el destino existe y es algo que podría definir como la permanente carcajada que el Gaia, en forma de Dios Griego de la Tierra, nos dedica cada segundo. Es como si no hubiera nada dejado al libre albedrío que defiende un amigo mío en consonancia con la Diosa Fortuna.

Estoy seguro de que poner trabas al destino y agrandar los espacios que él mismo nos permite es un error. Ayer por la noche dejé de pensar en eso tan bonito con lo que los humanos nos llenamos la boca y nombramos eternidad.

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