El Tribunal Europeo de Derechos Humanos ha confirmado la excarcelación de Inés del Río, una etarra que en la actualidad está condenada a cerca de cuatro mil años de cárcel por matar a decenas de personas dentro de lo que fue el Comando Madrid. Uno de los hermanos Troitiño y el mismo Iñaki de Juan Chaos eran algunos de los miembros del grupo terrorista vasco que acompañaban a la terrorista.
La Doctrina Parot viene a decir que la vida de una persona
vale demasiado y que los asesinos tienen que cumplir las penas en base a la
cantidad de muertos que tienen a sus espaldas.
En el verano de 2012, un obsoleto e inservible Tribunal de
Derechos Humanos dictaminó que la retroactividad de la aplicación de esta ley
era incompatible con alguno de los artículos de la Convención Europea de
Derechos Humanos. Bajo dicha premisa, exigió al Gobierno español poner en
libertad a Inés del Río quien, en esos momentos, no había cumplido ni el uno
por ciento de la condena pendiente.
A partir de ahí todo lo demás ha transcurrido según lo
esperado acorde a la jurisprudencia actual y a la pantomima mundial a la que la
sociedad está sometida basándose en un concepto: Los Derechos Humanos.
Hace cincuenta años que esta Corte Europea funciona y es la
máxima autoridad judicial a la que los ciudadanos nos tenemos que dirigir para
que se garanticen nuestros derechos y libertades fundamentales.
La Declaración de los Derechos Humanos existe desde cinco
años antes y consta de 30 artículos. Esta famosa Declaración de Derechos
Humanos es la mayor estafa que la sociedad ha creado y que más se ha mantenido
en el tiempo porque ninguno de sus artículos se cumple. No obstante, ha servido
de base para cometer muchas de las más grandes injusticias que la historia
tiene en su haber.
Hay que saber que la sentencia que viene de Estrasburgo solo
limita las actuaciones en el caso de la Inés del Río y, en este sentido,
debemos seguir confiando en la justicia que imparten los magistrados en nuestro
territorio. Nuestra jurisprudencia tiene armas legales para dejar a Inés
recluida de por vida y, además, estudiar cada petición etarra en concreto hasta
el punto de hacer las cosas muy bien y conseguir que los asesinos se mueran
entre rejas.
Como última reflexión, debo decir que nunca me gustaron los
diplomáticos que redactaron la Declaración de Derechos Humanos, encabezados por
Séphane Hessel. Vivieron de ella el resto de sus días y nunca ha servido de
absolutamente nada.
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