jueves, 11 de junio de 2015

Aprender a Humillar

El ser humano aprende de forma pasiva, descubriendo los conceptos y relacionándose para asimilar y ordenar su mente. Memorizamos esos mismos contenidos que comparamos con los previos para buscar signos de coherencia. Observamos al modelo que tenemos frente a nosotros y adquirimos nuevos comportamientos en un proceso que desatamos cuando se nos ofrece lo que podría ser una solución como conclusión o un simple incentivo.

Los parámetros que definen el aprendizaje son sencillos, pero lo verdaderamente complicado es la capacidad que cada uno tiene para poner en marcha esa simple teoría. El que exista un concreto y tipificado proceso de aprendizaje no significa que todos nos regulemos por el mismo. El cerebro es tan complicado que, cuando nacemos y no tenemos capacidad de expresión, es cuando más información somos capaces de acaparar y por el contrario es cuando tenemos más experiencia, el momento en el cual somos incapaces de tomar las decisiones que incluso nos llevarían a las felices épocas de bienestar.

No somos iguales. La inteligencia y la sensibilidad son dos factores que van estrechamente ligados e incluso se pueden medir. ¿Por qué mi sensibilidad a la música es diferente a la de cualquier otra? ¿Por qué la capacidad espacial es una característica extrema en algunas personas? ¿Por qué soy incapaz de jugar medianamente bien al pádel? Habilidades kinestésicas enfrentadas a la deducción o la efectividad del lenguaje en cualquiera de sus formas nos hacen diferentes unos de otros.

Hoy leí una frase en la que ponía que, la mejor persona se cansa de mover montañas por quien no mueve por ella ni una sola piedra y entonces comprendí que no debería de haber luchado por tantas cosas en la vida, porque a veces demostrar la más absoluta indiferencia o incluso llegar a humillar a quien tengas al lado es lo que te hace ser más valorado.

En definitiva, no somos iguales y por tanto no asimilamos de la misma manera ningún proceso. Pero lo que sí está claro es que la evolución todavía no ha conseguido que nuestra inteligencia emocional este a la altura de la cognitiva.


Lo que ahoga a alguien no es caerse al río, sino mantenerse sumergido en él.

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