miércoles, 16 de enero de 2013

LA CODICIA.


Los gatos y los humanos domésticos son las dos únicas formas de vida que cometen errores. Los gatos no tienen excusa.

Los seres humanos, unos más que otros, son la la especie más tonta que pisa la faz de la tierra. Por el contrario, no comprendo, como día tras día siguen cayendo gatos desde las terrazas.

El instinto animal ha evolucionado de tal manera, que por si mismo no admite errores. ¿Cuál es el secreto? El instinto se relaciona con la supervivencia y el ser humano de la vieja Europa, el occidental, el moderno, ya no se preocupa de sobrevivir como concepto genérico social.

Analizando las principales bases de lo que significa el instinto en el aspecto biológico, podemos decir que sería común a toda la especie concreta y que incluso, las excepciones se tipifican como parte del sustantivo mismo. De características complejas, su finalidad es la de adaptarse al medio y se basa en necesidades, percepciones y búsquedas de herramientas que anulen el dolor y la necesidad.

Manolo se conformaba con un plato de lentejas para paliar su hambre. Más tarde le iba gustando intercambiar el sabor, con un poquito de chorizo al que fue acompañando de morcilla, oreja, costillas y así sucesivamente. Paso el tiempo y exigió un poquito de variación que el mismo, se concedió. Con posterioridad y ante el aburrimiento empezó a degustar verduras, carnes y pescados y un buen día metió las gambas en su dieta. Llegado el momento, las gambas y langostinos se habían quedado pequeñas y descubrió la langosta. Cansado de tantas langostas y lubrigantes, se divertía cambiando los redondos platos por formas y colores más extravagantes hasta conseguir comer en soportes ornamentados con hilo de oro. Con los años, Manolo comía en platos de oro puro, sobre originales manteles y vajillas adornadas con diamantes. Día si y día también viajaba por el mundo a conocer los más caros restaurantes y a ser servido por los chefs de moda del momento. París, Londres, Singapur, Nueva York y las playas de Libia, eran sus destinos preferidos. A lo largo de su vida, Manolo había cambiado los dos dormitorios de un cuarto sin ascensor por el ático en el Barrio de Salamanca y el Palacio de Comillas como residencias habituales, además de tener abiertas de forma permanente varias residencias en tres continentes. En veinte años paso de andar en la mobylette SPR, ha tener los típicos Mercedes, BMW y Porches que todo el mundo deseaba. Tres Ferraris completaban su colección. Todo lo que ganaba lo destinaba a sufragar su costosa vida y el sobrante iba directamente a una cuenta numerada en una corporación bancaria de Hong Kong. A mediados de 2014, Manuel compartía una celda en Sevilla, con Regino "El Cholas". Regino, a su vez compartía chabola con siete hermanos, madre y tres padres, uno de los cuales tenía como medio de transporte una mobylette SPR.

La decadencia personal contrasta con la evolución económica del ser humano. 

Manolo no era mala persona y quien bien le conocía no le habría nunca tratado de "delincuente". Profesionalmente empeñado, detallista y capaz de impresionar, comentaba en sus círculos cercanos, que no había hecho nada y que no era consciente de los delitos que había cometido. Amigo de sus amigos, ciertamente ayudaba cada día al que podía y si hay algo que le debían, eran favores, algunos de ellos muy personales.

Los legítimos anhelos de Manolo se habían desordenado y las extravagancias le descubrieron un sinónimo de la palabra deseo. La codicia.

Parece incoherente que la especie humana sea más infeliz cuanto más progreso económico existe en su entorno. Las tasas de suicidio son más elevadas en los países más ricos del mundo. La sociedad cree en un estilo de vida con base en lo material. El necesario libre mercado y la globalización que hace crecer a las grandes empresas, nos dificultan el desarrollo de la persona. 

¿Me puedo gastar mil euros? ¿Y mil millones? Decía un famoso discípulo de Kant, que las riquezas son como el agua del mar, que cuanto más la bebes, más sed tienes. ¿Dónde está el truco? La modernización de los procesos económicos han hecho que la sociedad crezca exponencialmente y el último es el que pierde. El ser humano no distingue el punto donde obvia sus bienes para preocuparse de los bienes de los demás y la empatía o el altruismo son valores que han quedado obsoletos. La felicidad interna se ve trastocada por el afán de poder económico y social que nos desvía demasiado de las filosofías, que con un poquito de aquí y otro de allí, nos daban la ansiada felicidad.

Un chino inventó al gato.



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