sábado, 25 de junio de 2022

Mis Conciencias


El 24 de febrero de este año, hace hoy cuatro meses y un día, empezó lo que unos denominan guerra de Ucrania y otros invasión rusa. Recuerdo los días siguientes como un periodo en el que todos los medios bombardeaban con información, más que los propios rusos en Járkov. Recuerdo la solidaridad de pensamiento, tanto como el permanente flujo de opiniones, alguna incluso enfrentada. Fueron pasando los días y la cantidad de ingente información recibida, empezó a ir a menos, a la vez que en la misma medida, fuimos perdiendo el interés. Lo que esto demuestra, no es nada más que la superficialidad del ser humano, un ente que como conjunto solo le interesa lo que sea que venga a través del modelo de propaganda dedicado a la masa en general. Para bien, o para mal. Da exactamente igual.

Hablar con la gente el primer día de guerra, significaba echarse a reír. La mayoría de los mortales no sabían con quién posicionarse, porque en el fondo daba igual rusos que ucranianos y la idea que se tenía de ellos, una vez más solo venía formada por la otra vez información que los medios había proporcionado en otros tiempos. El experimento era precioso, ya que con medio minuto de conversación era capaz de cambiar el color de la bandera de Putin a Zelenski o de Ucrania a Rusia. Yendo más allá, ¿quién sabía lo que era el Dniéper o rizando el rizo, un dniéper? Normal.

¿Está la sociedad concienciada con el terrorismo como problema? La respuesta es fácil. La sociedad está solo concienciada en un espacio de tiempo muy corto, que siempre coincide con el posterior a un atentado con víctimas. ¿Por qué? Porque la población está en su derecho de no repercutir a su vida diaria los problemas ajenos y mientras no seamos víctimas de este o aquel grupo terrorista, en forma de haber perdido un familiar o sentirlo en nuestras propias carnes, es poco interesante llorar por los demás o simplemente tener un recuerdo permanente de aquellos que sufrieron de cerca esa lacra. Una vez más, se demuestra que el desconocimiento tan brutal que la sociedad tiene de este problema, solo sea manipulado por los medios de información cuando se produce un atentado, variable el impacto por su forma de contarlo e incluso más o menos importante, en función de los días que nos hagamos eco de la noticia.

Es decir que una noticia permanece, solo hasta que llega la siguiente. Como ejemplo podemos situarnos en el domingo de los comicios andaluces y el batacazo electoral que se dieron las izquierdas españolas. Si observamos los medios y su comportamiento en los días siguientes y una vez transmitidas las primeras impresiones, apreciamos que se convirtieron en secuaces cómplices del gobierno de turno, para bombardear con novedades insulsas y sin recorrido que hacían no hablar de esa derrota. ¿Qué se consigue así? Que el inculto y negligente en materia política, grueso de la sociedad no pudiera dejarse llevar por el momento e intentar entender que es lo que había pasado y sobre todo cuáles eran los motivos por lo que había sucedido.

Casi cualquier ser humano que se propone hacer algo y empieza a hacerlo, al poco tiempo pierde el interés y vuelve al punto de partida. La fuerza de voluntad es una característica intrínseca a todo el mundo, denominada así por tratarse del conjunto de dos virtudes muy complicadas de conjugar. La fuerza siempre requiere un sacrificio y la voluntad que es lo complicado de entender siempre será la asignatura pendiente.

Exigirse objetivos concretos y lograrlos, es sin más el mayor placer que la esencia del hombre visto desde la antropología filosófica, puede lograr y es sin lugar a dudas lo más complicado de hacer. Véase la propia definición dentro de la psicología conductista de la misma, que habla de retrasar la recompensa, lo que solo implica sufrimiento si no hay un porqué.

A lo largo de mi vida he conocido mucha gente. Hoy en día no trato con demasiada, no me importa casi nadie y he aprendido que solo mi tiempo lo merecen los que puedo contar con los dedos de una mano. Después de vivir más de medio siglo, he comprendido que todo el mundo tiene la capacidad de mentir por interés propio. He visto que la corrupción es intrínseca al ser humano y directamente proporcional al dinero que haya en juego. He sentido dolor y decepción que han llegado en forma de sorpresa, como algo que podría haber sido impensable en tiempos pasados y así y con todos esos factores en contra, sigo negándome a cambiar. ¿Por qué?

Porque quizás este sea un texto de reconocimiento a esos que todavía se mantienen puros en su mayor parte y que cada día me honran con su presencia. O simplemente y más fácil de entender, al contrario, siendo una respuesta o voz de socorro. Un grito por el hartazón que produce lo mediocre.

El problema es que a lo largo de la vida y según va pasando el tiempo, nuestro gaia más cercano que se podría resumir en ese entorno en el que nos movemos, me ha hecho aprender demasiado con el riesgo de perder aquellos principios que un día tuve y que ya no sé si tengo.

Todos los días pienso en los muertos que nos dejan las injusticias. Me acuerdo de los asesinados por ETA y de los inocentes rusos o ucranianos que han muerto en este último entretenimiento que nos depara la televisión. Pienso en el hambre y aún soy capaz de dar la ropa que llevo a cualquier que no esté vestido en la calle, doy fe de ello. Pero cada día se me hace más difícil no mirar hacia ese botón a modo de disparo en la cabeza que usaría para retirar de mi lado muchas cosas. ¡Ese es el problema!

He comprobado que el más tonto hace relojes. Relojes que luego no funcionan. He visto que el tío más inútil del mundo, puede vivir del cuento toda su vida a costa de los demás. Doy fe de ello hasta el punto que yo he sido ese que nutría a algunos de los mayores delincuentes, también morales de este país. Y así sucesivamente vamos creciendo y mirando a nuestro alrededor, me emociona preguntarme dos cosas enfrentadas entre sí. ¿Qué hago yo aquí entre vosotros? O lo que sería más lógico y normal pensar. ¿Qué hacéis en este lado, el mío, que es el bueno?

Otro texto cargado de humildad.

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