miércoles, 28 de septiembre de 2011

Anterior a mi no hubo nada creado, a excepción de lo eterno y yo duro eternamente. Capítulo I



Era la primera vez que se hospedaba en el hotel Aleph. Alguien que idealizaba a Borges se sentiría bien en un sitio así denominado, pero los decorados nada tenían que ver con la obra del bonaerense, sino fuera por su último cuento. Ese último cuento que se acordaba de la obra de Dante. Por Dante y su obra, era por lo que ese día, el señor Navarrete estaba allí.

El Fiat Punto negro, le recogió en la puerta del hotel y remontó a toda velocidad la famosa via de Vitorio Veneto para cruzar el río y así llegar a uno de los laterales opuestos al balcón de las bendiciones. No era habitual ver los Fiat de color negro acceder por la Conciliazione a toparse con el obelisco. No todo el mundo sabía, que según los curas, esa piedra formaba parte del escenario en el martirio de San Pedro.

A los pocos minutos y tras un impersonal arco de metales calibrado con exactitud, Andrés Navarrete atravesaba la obra de Bernini para acceder por una de las entradas prinicipales a una sala.

Blanca. Relieves difuminados y entremezclados con un blanco mudo. Ausente de cualquier arte, a excepción de una arquitectura que dibujaba una cúpula con tambor y a la vez interna. Un entorno que ocultaba su silueta al cielo. Escaleras, tres que perdidas en el blanco encontraban una puerta debajo del lado derecho. 

La tecnología punta en los accesos, da paso a pinturas que adornan un jubilado pasillo y de carácter rancio de maderas oscuras. Épocas de milagros y santos en hileras con el de Padua al frente, por donde Andrés y su acompañante acceden a una escalera que va disminuyendo la claridad y en su mente, Dante, olía.


Eran años esperando cumplir un sueño. Allí, en el subsuelo del punto mas famoso del planeta tierra, el espacio iba desapareciendo y el espectáculo que estaba por llegar producía incluso miedo. Las manos no paraban de frotarse con la tela vaquera negra con la intención de secar el sudor antes de ponerse delante del maestro.

Minutos olvidados de un trayecto perdido en la mente hicieron dar lugar al momento. Allí mismo delante de él se abría la historia. Los higrómetros llamaban la atención al igual que la carencia de sombras y por un momento sintió ganas de retroceder el camino.

La voz grave del descendiente de Merry sentenció dos minutos. Ese era el trato. Dos minutos. Kilómetros de salas, lo inimaginable, estanterías y estanterías llenas de recovecos de historia. Ahí se encontraba el verdadero poder del mundo. El conocimiento del todo.

Cuarenta y cinco segundos mas tarde la pena inundaba su alma. La rabia se había convertido en el mayor defecto desconocido hasta ahora. Un escalofrío infinito dio paso a una sola lágrima y cuando respiró, el alcántara del asiento trasero del coche ya compartía esa pena.

Un avión esperaba en Fiumicino y después de treinta kilómetros y Elthon John compartido con la sirena del Alfa Romeo que abría camino, un trozo de historia se escapaba de la república italiana, para siempre.

Sebastiao Salgado inaguraba ese día en Faro y África en blancos y negros cubría las paredes. ¿Te acuerdas?. Solo el catering y como tema de fondo una conversación que discutía sobre el Farense-Oporto, alargaba espera de la mesa de siempre en Dos Mouros.

Allí, detrás del cuerpo de cristo. Lloraba.

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