miércoles, 29 de octubre de 2014

De enferma personalidad

Mi querido amigo:

He llegado a la conclusión de que nadie tiene la capacidad de modificar la personalidad de otros. Incluso me atrevería a decir que, más allá del proceso madurativo del propio crecimiento de la persona, nosotros mismos somos incapaces de desviarnos ni un ápice de nuestra propia idiosincrasia.

Nacemos siendo un prototipo de constitución y temperamento concretos. Con el paso del tiempo solo podemos construirnos un carácter y a través de él, saber cuáles son nuestras actitudes y capacidades. En ese momento empezamos a reaccionar ante las situaciones de una manera que nunca será incompatible con la personalidad que ya en ese momento forma un todo con la persona que somos.

Por motivos que no le importan a nadie, he tenido que retomar una forma de pensar que tenía olvidada desde hace años. Llegar al fondo de asuntos que son importantes y valorar en su justa medida lo que tenemos delante de nosotros para obrar o proponer alternativas consecuentes, supone hacer trabajar la mente por encima de lo que es costumbre habitual.

Hoy estoy cansado. Cansado por haber multiplicado por cien la velocidad de análisis con la que suelo manejar mi vida y contento por haber sido capaz de salir de un letargo a nivel mental en el que me encontraba desde hace tiempo y que camufló una intuida situación que tenía delante de mis narices.

Es fácil saber lo que uno quiere. Sabemos distinguir entre el amor y el odio. Conocemos la paz que nos transmite el olor de la persona amada e incluso nuestro cuerpo nos avisa de que algo no funciona con parámetros que son fácilmente medibles. Lo difícil es salirse de la zona de trabajo sobre la que, corre hacia delante y atrás el amargo rodillo de lo que queremos ver y en forma de hábito consentimos cada día.

A veces nos extrañamos del comportamiento de la gente con la que normalmente nos relacionamos. Otras veces estamos tan acostumbrados a la forma de ser de nuestros más o menos cercanos, que llegamos a ser una especie de invidentes incapaces de pensar más allá de lo que creímos nuestra normalidad.

Hay padres que no quieren a sus hijos e incluso lo demuestran abiertamente. La falta de amor se demuestra mediante la indiferencia o de forma activa y siendo la primera la que conlleva una serie de reglas estrictas frente a la libertad que ofrece la segunda, en ambos casos el final siempre redunda en alguna forma de severo castigo.

¿Podríamos ser capaces de modificar la personalidad de quien infringe dolor a lo que en teoría son sus seres más queridos? La respuesta es no. Partiendo de esa base es inimaginable pensar que pudiéramos construir un espejo de nosotros mismos dentro de la mente de otra persona elegida al azar y que por tanto no tiene con nosotros el vínculo básico y primigenio de la propia sangre.

“Confía siempre en las malas personas, nunca cambian”

Aunque al lado de Kafka se le podría tildar como un simple “cuentacuentos”, solo esa frase merecía el nobel que Faulkner recibió a mediados del siglo pasado. Un lema que por sí solo merecería el estudio de toda una vida, que nos tiene que llevar a entender que no podemos cambiar el alma de nadie, aunque lo intentemos toda la eternidad.

Respuesta

Lo que sí me parece es que ser de esa opinión se corresponde de alguna manera con la postura cómoda del que no es responsable de sus actos, del cansado que baja los brazos, de la víctima    ante lo inevitable. Prácticamente estás aniquilando el libre albedrío.


O te he entendido mal o tienes un concepto erróneo de lo que significa el libre albedrío como puro concepto porque por supuesto que en la práctica cada uno usa las palabras como quiere. 

Voy a buscar unos textos porque dada tu incapacidad comprensiva y mi incoherencia para explicar las cosas (echemos la culpa a los Hnos. Rivero) seguro que si uso como medio a gente que estoy seguro has leído y respetas, todo quedará más claro.

Todos creen a priori en que son perfectamente libres, aún en sus acciones individuales, y piensan que a cada instante pueden comenzar otro capítulo de su vida... Pero a posteriori, por la experiencia, se dan cuenta —a su asombro— de que no son libres, sino sujetos a la necesidad; su conducta no cambia a pesar de todas las resoluciones y reflexiones que puedan llegar a tener. Desde el principio de sus vidas al final de ellas, deben soportar el mismo carácter.


Comparó la creencia del hombre en el libre albedrío con una piedra que piensa que escogió el sendero al cual llegó por el aire y el lugar en el cual aterrizó.

"Las decisiones de la mente no son nada salvo deseos, que varían según varias disposiciones puntuales" Eso es de su obra La Ética.

Schopenhauer y Spinoza.


Te posicionas del lado de Tagore, que como buen religioso, aprovecha cualquier resquicio para justificar la incertidumbre y eso es injustificable. Habrás leído y te acordarás de una especie de cuento en el que el autor dotaba a la luna de conciencia y entonces, esta pensaba que giraba alrededor de la tierra por decisión propia. ¡Pues no! No gira por decisión propia.

De cualquier manera son pensamientos sobre bases fundamentales básicas del comportamiento. Lo de bajar los brazos, la rendición y la redención forman parte de otro nivel humano.


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