sábado, 7 de junio de 2014

La Cabra y el Cabrón

No creo en Santificados discursos llenos de razón y nunca pondré la mano en el fuego por ningún representante político que, desde cualquier color, me proponga beneficios para la sociedad que no estén basados en trabajo.
Las cosas se demuestran con el movimiento y éste tiene que dar frutos o sencillamente habrá sido ineficaz. Puedo apoyar esfuerzos y dejarme la vida en empresas planteadas desde la lógica, pero siempre huiré del clientelismo.
Sin embargo, hoy, después de leer la opinión de Leguina en Sierra Norte Digital donde denuncia entre líneas las organizaciones piramidales diseñadas para conseguir votos que encumbren al poderoso de turno, y partiendo del consabido “tiene más razón que un santo”, quiero aportar algunos detalles que nos harán pensar sobre este tipo de falso e inmoral juego político.
Leguina adorna la región andaluza con citas a la primavera que describen un rancio clientelismo basado en la devolución del beneficio conseguido, a través de ilógicas e ilegales influencias. Solo hay que introducir en Google ciertas referencias para encontrarnos corrompidas organizaciones que cuentan sus días por delitos económicos sobre los que la juez Alaya trabaja. La similitud con la mayoría de las agrupaciones socialistas, que él y yo conocemos, es de libro.
Imaginemos cualquier agrupación de la que obviaré la denominación de origen  por su rancio olor a muerto y mi respeto por los difuntos, si bien es cierto que nos podría servir cualquiera. Se produce una convocatoria de primarias y, antes del recuento de votos, ya se conoce en su totalidad el resultado. Esta distorsión de la realidad que se ofrece al ciudadano no viene dada por interesadas encuestas más o menos veraces, sino por el fenómeno clientelismo del que habla el que fuera Secretario General del Partido Socialista en Madrid.
El Partido Socialista es un dinosaurio a extinguir. El dolor que me produce escribir estas palabras es grande e imagino poco entendible por muchos de los que me rodean. La última acción que va a contribuir a la lenta pero inexorable desaparición de la organización de izquierdas, es el anuncio de Alfredo Pérez Rubalcaba de dejar la representación de la misma.
Para hablar del socialismo que representa este partido deberíamos acordarnos de alguno de nuestros dichos más comunes y castizos al estilo, “el más tonto hace relojes”. Esa ironía describe la enfermedad que tienen nuestras agrupaciones a través del diagnóstico de quien es el que suele estar a la cabeza. ¿Por qué los más tontos son siempre los candidatos y cabezas visibles de las agrupaciones, en este caso, socialistas?  La respuesta es sencilla. Son los más tontos porque sabemos de antemano que nunca llegarán a nada y nos da igual que estén ahí. ¿Se enteran ellos de eso? Sí. No cabe duda de que son conocedores de ello pero, mientras el dinero caiga mes a mes, lo demás no importa. O son tontos convencidos o no tienen dignidad conocida.
Leguina compara el fenómeno social que se ha sacado de la chistera Pablo Iglesias, este indigente moral que todos conocemos, con el gran seguimiento que ha conseguido el socialismo andaluz. Mi reflexión es que en esta región donde tengo mis raíces, hubiera dado igual poner a la señora Díaz que a una cabra e, incluso, el resultado habría sido un poco mejor con la cabra o con algún otro nombre propio. Por aquello de que existe un partido defensor de los animales con cuernos.
Hace pocos días hablaba con uno de los que se dejan la piel en perseguir delincuentes a través de las empresas que conforman el mercado de valores y, desde esa comisión, me garantizaba que son no más de ciento cincuenta o doscientas,  las personas que se dedican a la política y son capaces de robar al ciudadano. Muchas veces, aun siendo conocedores de hecho delictivo, me decía, somos incapaces de salvar el hermetismo que protege esta lacra. Sin embargo, ahí estamos cada día luchando por conseguir desenmascarar y encarcelar a los malos.
En definitiva, y por no aburrir más a mis lectores, lo que quiero decir es que vivimos en un mundo de pandereta y pantomima donde desde la agrupación política más pequeña, el clientelismo es quien coloca al más tonto en la cúpula incluso a veces ayudado del voto de una persona que a sus 95 años fue trasladada en ambulancia a votar. Con todo y con eso, ese día les pasamos por la piedra. Más tarde, Tomás Gómez Franco, “el cabrón”, nos cortó las aspiraciones en los despachos. Recordad siempre la acepción sexta.

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