lunes, 3 de febrero de 2014

Rayuela

Decía una frase de un medio francés en un muy famoso libro, algo así como: “andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos”. 
Hace muchos años que leí esa frase y es quizás hoy, cuando puedo mejor entender algo más allá de lo que cualquier inepto moderno podría encuadrar dentro de la meditación budista.
Es más fácil estar al amanecer cuando se ponga el sol o coger un pájaro de la rama de un árbol acercándonos suavemente a él, que haber recorrido un camino en busca de algo que anteriormente no se conocía.
¿Pasó antes? ¿Nos habíamos visto? Al ser humano le es muy difícil regresar mentalmente al pasado y revivir los recuerdos de aquel momento sin confundirse con lo vivido desde entonces. Pasado y futuro se entrelazan a día de hoy en ejercicios mentales imposibles que no están al alcance de cualquiera.
Lo tangible y lo que podría llegar a ser ilusorio se pueden definir como conceptos que se tocan. ¿Cuántas veces la realidad parece ficción? ¿Y al revés?
De siempre la vida transcurre por derroteros que dibujan futuros más o menos ciertos.
Los hierros de una larga vía mostraban al final aquella estación y en esa parada, su presencia se empezó a difuminar hasta casi desaparecer. En ese momento amenizó un tren de ensueño y con color que tenía una hora de partida incierta. Todavía quedaba un poquito de gris muy tenue desde donde recuperar. Las puertas se abrieron y a punto de bajar y desaparecer, a duras penas mostrada y allí, se encontraba la esperanza.
En una forma y modelo. Con una olorosa silueta que abría el cielo se bajó y entre las aguas, a golpes y embestidas entre verde y gris, uno tras otro fueron descarrilando juntos todos los vagones. Desde entonces el tren esta parado con esas puertas de par en par y apunto de partir. Esperando. Y esperó, esperó en un presente eterno.


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