lunes, 16 de febrero de 2009


Hay una historia que te quiero contar. Es una historia de indios reales, ¿y sabes que pasa?, que cuando cuentas historias que empiezan, - Una vez me contó un indio… - normalmente la persona que tienes enfrente te mira y piensa: ¡ Tu si que eres un indio ¡ Y que razón suele llevar.


El hecho en si ha sucedido miles de veces y aunque hoy no tengo constancia de que siga pasando, lo que si estoy seguro es que está siendo contado cada día por alguien a otros. Yo, te la voy a contar a ti, y a ver que sacas de ella.

Desde el principio de los tiempos el hombre ha tenido miedo y el miedo nos ha hecho tener creencias. Las creencias en dioses y mitos, las creencias en poderes de la naturaleza, o de cualquier otro tipo, lo único que nos hacen es depender de algo para poder seguir adelante.


El cuento empieza un día en el que un niño cherokee cumple ocho o nueve años, no recuerdo exactamente el dato, pero ese día sucede una cosa en su vida.

El padre del desafortunado niño tiene que hablar con el a media tarde y plantearle algo que aunque el niño no entiende, dada su educación tiene que obedecer. Debe quedarse solo sentado en un tronco desde que el sol se oculta y permanecer así hasta que el sol vuelva a calentarle. Es independiente la época del año, el frío que haga ese día y lo lleno que tenga el niño el estómago. Además debe de permanecer en ese sitio con una venda en los ojos y no podrá quitársela hasta que sienta la luz a través de la tela.

Así pues, el niño al atardecer se prepara y junto con su padre, cuando el sol se esconde, se acopla su venda y se queda solo en la oscuridad durante toda la noche. El niño no puede dormirse, porque su miedo no se lo permite, no hay comida, no hay cobijo, no hay nada mas que miedo. El niño siente la tentación infinidad de veces de salir de su oscuridad, de quitarse la venda y correr al lado de su padre, pero no lo hace. Pasan las horas y esa noche el niño escucha aullidos de lobos, que piensa le comerán, escucha aves carroñeras cercanas que perfectamente podrían arrebatarle la vida, alimañas y ruidos de todo tipo. Pero el niño aguanta con miedo, pero a la vez con esa valentía que sabe debe de tener para no ser un niño marcado para siempre y ser el hazmerreír de sus compañeros.


Así pasa la noche, hora tras hora, entre miedo y llanto. El niño moja sus ropas de puro pánico y van pasando las horas.

Por fin llega el sol, y calienta su cara, el niño despierta porque de puro cansancio no pudo aguantar y al notar la luz a través de la tela se arranca con ira y loco de contento la venda diciendo: ¡Soy un indio de verdad¡

Al quitarse la venda, su padre esta a su lado. Ahí, donde estuvo toda la noche. Ahí a tres metros de el, siempre a su lado permanentemente.

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