martes, 24 de marzo de 2020

Coronavirus. Políticos y Plumillas

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Fotografía: Periodista Digital


El Covid-19 es la prueba de que un grupo de tontos con ganas de trabajar
es capaz de extinguir la especie humana.

Lejos de estar en el punto más alto de esta crisis y faltando todavía mucho tiempo para poder esbozar una pequeña sonrisa, superar cifras de tres, cuatro o cinco mil muertos nos debería de hacer pensar sobre todo lo ya reflexionado con anterioridad.
Incertidumbre
Una de las cosas que peor llevan los seres humanos, es la incertidumbre. Pero entre los hábitos que tenemos y parte de lo cotidiano de nuestras vidas, está el acudir constantemente a sistemas de adivinación. Y no me refiero a simples videntes y futurólogos estafadores, sino a otros gremios que mueven muchísimo dinero y que se han convertido en el pan nuestro de cada día. Si nadie puede adivinar el futuro, ¿por qué acudimos a los analistas bursátiles? ¿Y a nuestros médicos? La respuesta es sencilla y recuerdo que en el primer caso y como un juego de niños, lo explicaba un artículo de Expansión de hace un tiempo, al que volveré a acudir.
 “El futuro bursátil tiene alguna relación con el pasado y el presente,  que si podemos conocer más o menos y que los pronósticos tienen alguna relación positiva con la formación y la información de quienes los formulan”.
El segundo caso es todavía más fácil de entender. Un médico no conoce lo que va a pasar mañana, pero después de hacerte una analítica, puede aproximarse a conocer lo que te queda de vida.
Los inversores estadounidenses dicen que da lo mismo invertir siguiendo los consejos de un experto o hacerlo siguiendo a un chimpancé que lanzara unos dardos al azar. ¡Ahí lo dejo!
Un libro muy famoso titulado El cisne negro de Taleb contaba una historia de cisnes y de ahí su título. Durante miles de años los cisnes y como todo el mundo había visto en Europa desde hacía milenios eran unas aves blancas. Y así se creyó, hasta que apareció un cisne negro en Australia. Con esto quiero decir, cualquier cosa que pensemos no puede existir, puede estar. Y que cualquier cosa que estemos seguros no puede suceder, puede ser.
Decía aquel artículo del diario económico y a modo de sorna, que esas mal llamadas paradojas se las deberían de contar a esos que invierten en suelos, pensando que es el último tramo a la baja y que según Eliot toca un cambio de tendencia.
Coronavirus y Hitchcock.
“Imagínese a un hombre sentado en el sofá favorito de su casa. Debajo tiene una bomba a punto de estallar. Él lo ignora, pero el público lo sabe. Esto es el suspense”. ¿Nos suena?
A una semana de acabar este fatídico mes de marzo, momento en el que la sociedad empieza a conocer parte de la verdad en relación a como la Administración Sánchez tenía datos suficientes para valorar y tomar decisiones respecto del coronavirus, ya no podemos decir que este gobierno estaba sentado en un sofá desconociendo que debajo de él había una bomba a punto de explotar.
El día nueve de marzo, Defensa informó a la cúpula del gobierno de la crisis sanitaria que íbamos a sufrir. Teniendo en cuenta que el día anterior se consolidó una de las mayores negligencias que en la historia ha tenido un gobierno español, en forma de manifestación feminista que hoy sabemos ha contribuido criminalmente a elevar de manera muy importante el número de muertos por coronavirus, cualquiera puede concluir que el interés por esa manifestación era mayor que evitar muertes por coronavirus, además de tener dudas sobre si a Defensa se le ordenó retrasar esos informes. ¿Dudas?
Después de lo vivido estos días, de ver tantas declaraciones contradictorias, o escuchar a Fernando Simón y a Pedro Duque meter la pata hasta lo imposible, ¿alguien puede pensar que en el país del maestro Manglano, Perote y Francisco Paesa, las muertes producidas por el coronavirus no tienen responsables? ¿Estamos locos?
Haciendo una cuenta muy básica que no todo político sería capaz de hacer y habiendo superado cuando se lea este texto los cuatro mil muertos por coronavirus, es posible que estemos ante un crecimiento exponencial que situándolo en el veinticinco por ciento diario, nos haga llegar a los diez mil muertos en cinco o seis días y a quince mil en los dos o tres siguientes.
Hoy me acuerdo de Corcuera, un electricista que inventó aquello de la patada en la puerta en sus tiempos de ministro y que vi por última vez hace muchos años en Sevilla. Su prepotencia le hizo hacer el ridículo, cuando amenazó a un policía local que le impedía el paso a él y a su coche a un lugar al que no podía pasar ni él ni su coche, por muy ministro que hubiera sido. El sucesor de Barrionuevo y heredero de los tiempos del GAL, no siendo santo de mi devoción, lo ha clavado cuando entrevistado en un programa de televisión arremetió contra políticos y periodistas en lo que para él es uno de los mayores desastres de vuelvo a decir, la historia moderna de nuestro país.
José Luis manifestaba que el momento actual no permite quitar al gobierno y poner otro. Solo este planteamiento debería de asustarnos hasta niveles inentendible para el ciudadano de calle.
Por otra parte, el exministro se ha dirigido a su entrevistador hablando de una parte de los plumillas de este país, poniendo como ejemplo a Encinas, Escolar, Cintora, Mestres y en especial Elisa Beni, queriendo decir algo que todos pensamos y que pasa por su contribución a las muertes por coronavirus. ¡Así de rotundo!
¿Cuántos asistentes a la manifestación feminista del ocho de marzo han fallecido por coronavirus? ¿Cuántos de esos luchadores han contagiado a otros que cuentan sus últimas horas en una unidad de cuidados intensivos? Es un simple ejemplo, porque evidentemente, no todos los muertos se cuentan a partir de una u otra reunión más o menos masiva y también tiene que ver el proceso epidemiológico en sí mismo entre otras cosas. Pero la sociedad debería de analizar en manos de quien estamos, qué intereses mueven a muchos de estos mal llamados profesionales de la comunicación, quien los paga y a donde nos quieren llevar. Todo el mundo tiene derecho a manifestarse para defender lo que crea conveniente, pero no cuando la consecuencia puede generar muerte.
En definitiva, lo más consecuente es pensar que somos nosotros, los que estamos sentados sobre un maravilloso sofá y sabiendo nuestro gobierno que debajo tenemos una bomba a punto de estallar, no ha sido capaz de avisarnos para que en el peor de los casos solo hubiéramos salido heridos por metralla. ¡La metralla si hubiera sido aceptable!

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