miércoles, 7 de agosto de 2019

Castro Riberas de Lea 2019. Mel Gibson

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Hace cuarenta años que pisé Galicia por primera vez, casi diez años que Galicia entró en mí y lo que realmente me importa, cinco que yo entré en Galicia. ¡Y es para quedarme!

Soy madrileño y nunca seré gallego. Nací en Torrejón de Ardoz a exactamente 535 kilómetros de lo que yo llamo Campo de la Fiesta de Castro Riberas de Lea, pero es curioso como después de haber vivido en unos cuantos sitios, a la sombra de muchos árboles y de ningún carballo, rodeado de gente muy diferente, tuve que cumplir casi medio siglo ya rebasado en el día de hoy, para entender que uno puede sentirse en un lugar, igual que en el sitio en el que nace.

Hace tiempo que paso muchos meses en Castro y cada año que pasa, esa balanza va camino de compensarse con el tiempo que vivo en Madrid. Verano, Invierno o fiestas de guardar, cualquier época es perfecta para vivir entre gallegos. ¿Es la tierra? ¿Es el clima? ¿El cambio de aires? ¿La Paz? No. Son sus gentes, son los gallegos, ellos son los que hacen que un madrileño como yo, este completamente loco por hacerse más de mil kilómetros  aunque solo sirvan para pasar unas horas entre ellos y muchas veces, para ni verlos. ¡Qué cosas!

Hace diez años que empecé a conocer bien a una gallega especial por muchas cosas. Cuando volvía de su tierra, en cualquier momento del año y por el motivo que hubiera ido allí, necesitaba tres días de cama solo para llorar. ¡Ni el sexo la consolaba! Mentiría si dijera que en ese momento lo único que se me pasaba por la cabeza, era pensar que esa manera de actuar era una de las muchas taras que hoy confirmo tiene. Pensaba que echaba de menos a su familia, ya que era la única manera de poder justificar un poco esa para mí, en ese momento gilipollez. Después de comprar La Silvosa o Casa todavía Amarilla de Castro y pasar varios meses al año en su tierra, sigue llorando cada vez que vuelve a Madrid. A día de hoy todo sigue igual excepto una cosa. ¡Este año, también lloro yo! Ella lo llama morriña, ellos dicen que eso es la morriña. ¡Pero es mentira! Un madrileño no puede tener ese sentimiento por una tierra que no le vio nacer. Llorar cuando se vuelve de Galicia solo indica una cosa, que pasa porque Galicia es la tierra donde mejor se está de absolutamente todo el planeta.

¡Estoy indignado! España es un curioso país en el que convivimos casi cincuenta millones de seres genéricamente humanos, y digo genéricamente porque muchos de nosotros no deberíamos albergar ese calificativo al menos en su parte más filosófica. Independentistas, proetarras y hasta asesinos por cuenta ajena, acompañados de cientos de miles de imbéciles sin diagnosticar conviven entre nosotros. 

Por el otro lado compensan los médicos y comerciales, directoras de colegio, hosteleros, arquitectos y fabricantes de ventanas. Y digo que estoy indignado, porque en este pasado fin de semana en el que se celebraban las fiestas de creo lo que ya es hoy mi primera residencia, independentistas, proetarras, asesinos, médicos, directoras, hosteleros y también vaqueros, a todos, nos pusieron a bailar cumbias, vallenatos, bachatas, merengues y corridos. Es decir, que después de esperar un entero año, para disfrutar de la más y mejor ineludible cita que la morriñosa y yo tenemos en nuestra agenda, pienso que nos podríamos haber ahorrado unas fiestas solo excitantes el sábado, que deberían de llamarse latinas, en lugar de gallegas.

Soy de Madrid pero como y bebo en Galicia. Vivo en Torrejón de Ardoz, pero  salgo de fiesta cuando mis accidentes pasados me lo permiten, a más de quinientos kilómetros de nuestra otra residencia y no me gusta El Combo Dominicano, es curioso e increíble pero es así. Resulta y hay que decir a los contratantes, que a la mayoría de la gente, no le gusta El Combo Dominicano, o más bien la música que hacen. Para mayor alegría, al año que viene en nuestras mismas fiestas los volveremos a tener, acompañados de Paris de Noia, que algo intentará compensar. En este sentido solo una cosa más: ¿Hubo pregón en las fiestas de este año? Debió de ser muy corto porque particularmente, no me dio tiempo ni de atenderlo. No me he visto en A Chaira este año y creo que es el primero que paso desapercibido. José Ángel Diaz tendrá que sufrir las consecuencias. Por cierto, la pregonera debería de repetir el año que viene, con un pregón escrito y gratis, por un servidor. ¡Impactó!

Mel Gibson ha estado de visita por el norte de España y después de pasar por Asturias, se vino a nuestra –perdón, por la atribución– tierra. No es el primer australiano que pasa por la Terra Chá, ni el primer americano, ni será el primer irlandés. Tres nacionalidades en una sola persona, paseando a media hora de La Silvosa. Hubiera sido muy fácil hacerle venir a pintar la mona al Suso, Arrincadeira y a dormir en el Río Lea aunque no esté acabada la reforma. Solo habría tenido que pedirlo y Castro Riberas de Lea, se hubiera convertido en escala de paso a Santiago, concretamente el día 4 o 5 de agosto por la mañana. ¿Pero qué tiene Mel Gibson que no tenga cualquier castrexo? La respuesta es nada y además me hubiera tocado pagar la comida y si me apuras poner cama a toda su seguridad, que garantizo comen lo mismo que Luis y yo, y beben un poquito menos que La Directora. ¡Además nos habrían jodido la siesta, entera! Me lo pensaré con Clonney, Cage o Cruise en sus próximas visitas a la zona, sobre todo si coincide en viernes que las pizzas nos salen más baratas en el 3x2 del Améndoa.

De cualquier manera y dejando claro que nunca miento, tengo que decir que tenemos entre nuestras gentes, a personajes mucho más importantes que cualquier actor de Hollywood, por muy famoso que sea. Salen a medio esconder, pasean de bar en bar bebiendo 1906 y echan a todas las tragaperras existentes que se encuentran en su camino como un vicio menor de los muchos que tienen. ¡Qué Mel, ni que pollas!

Un mensaje a los políticos locales, regionales, nacionales e internacionales. ¡Los gallegos no queremos que venga más gente por aquí! Queremos seguir viendo kilómetros de campo llenos de caminos en los que nos encanta perdernos. Nos encanta volver borrachos a casa, casi sin conocimiento, caernos en una cuneta y que te despierte el frio o el amanecer, pero nunca el tonto de turno que te quiere salvar la vida. ¡Si hay que morir, que sea así! Nos encantan las ovejas que parecen perros o los perros que no se si son ovejas y en definitiva, creo que Galicia tendría que estar a mil quinientos kilómetros de Madrid, para que todos los madrileños os quedéis en vuestra casa. ¡Es broma! ¿A qué me habéis entendido?

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