martes, 25 de marzo de 2014

Policía Nacional

¿Qué dictador levantó las estatuas de su mayor enemigo después de haberlas derribado? Desde una falsa humanidad, podríamos parecer cada día más grandes.


Si pudiéramos doblar la línea del tiempo por el año mil, coincidiríamos con una época donde el ser humano empezó a forjar un nuevo mundo en su mente. La inteligencia como mecanismo de adaptación a situaciones tuvo en aquellos días su mayor punto de inflexión.

El Antiguo Egipto y la Civilización Griega dieron paso a un Imperio que, desde el Tigris hasta sus últimas conquistas en Gran Bretaña, creció a base de barbaries propias de aquellos tiempos, pero que, sin lugar a dudas, tuvo su mayor arma en el término que conocemos con el nombre de manipulación.

La precisión con que obraban los tahúres de alta alcurnia que Roma nos dejó, es propia del momento actual en que vivimos.

Marcha por la dignidad, concentración por derechos humanos, en defensa de la educación o por la vida misma, son algunos de los fáciles slogans que promueven maravillosas asociaciones que se encumbran en sí mismas buscando el seguimiento del pueblo llano.

Enfrente, un gobierno, el de turno, el del momento, el impuesto por todos los que hacemos reflexión cada cuatro años y decidimos siempre sin acierto quién o qué va a meternos más o menos rápido en otra calamidad.

¿Qué podrían haber hecho dos mil cristianos enfrentados a la guardia pretoriana de Publio El Joven? Sencillamente podrían haber muerto sin causar una sola baja entre los más adiestrados guerreros de la historia.

Solo un detalle habría evitado que eso no pasara. Una orden, un gesto, un instante de duda por el que Publio Cornelio Escipión Emiliano no hubiera dado la orden a su cohorte para que eso pasara.

Lo contemporáneo siempre tiene un reflejo en el pasado. Los sucesos de hoy en día siempre tienen parentesco con los retazos de la historia. Lejos de aprender de aquellos años, el ser humano sigue mejorando su capacidad de manipulación y de traición sin importarle el daño o el dolor que infrinja, incluso cuando ese daño va destinado a sus seres más cercanos.

No es más fuerte el más grande o el más numeroso. No es más fuerte quien tiene más armas y la ventaja en la guerra no está siempre en el lado lógico. Al enemigo se le puede someter sin luchar, pero no de cualquier manera.

La batalla por la dignidad del 22-M la perdió el pueblo, el gobierno y, sobre todo, la perdió la dignidad de una parte de nosotros, esos trabajadores que se llaman policías y que fueron traicionados hasta por su propio ente. Para ellos y en contra de cualquier radical que se ampara al lado de otro más grande.




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