Hace muchos años me levantaba por la mañana de un salto y
sin importar la postura y el lugar donde hubiera pasado la noche. Daba igual
que lloviera o hiciera frío. El calor se soportaba, se estudiaba en los
silencios y se aprendía en el ruido. Corría por correr sin dirección y en
cualquier entorno dando igual cruzarse con verdes, amarillos o azules.
En aquellos tiempos, no me dolía la cabeza, ni la espalda,
ni los huesos y tenía mucha más actividad que ahora. En aquel entonces y en
comparación con el día de hoy, creo que incluso tenía más conocimiento.
Con la cámara del recuerdo, apostada en una esquina del pasado y a vista de pájaro, me observo
y valoro. No hay comparación entre aquella persona que iba y venía con la que
hoy esta aquí sentada. Sin embargo, hoy valgo más que hace cinco, diez
o quince años. ¿Por qué?
La vida nos trata mal y nos hace más viejos cada día. Nos
quita fuerzas, a veces, ganas de hasta movernos.
Hay mucha diferencia entre un
chaval de quince años en relación a su actividad y una persona que está en su
recta final de la gran maratón.
Pero existe un concepto que denominamos “experiencia”. Es
algo así como llenar un bote con todo lo que hacemos a lo largo de este paseo y
después, agitado cada noche antes de dormir, -el que duerma-, aplicarlo a los
protocolos que repercutimos en la convivencia con la sociedad.
El respeto que tengo a las personas hasta cuando están ahí,
ya de cuerpo presente, es tan grande, que siempre y en el mejor de mis días, lloraré pensando en todo lo que ese, el que está ahí, ha
vivido, ha visto y ha hecho. Siempre primero para mal y para bien.
La experiencia y la vida nos hacen siempre mejores y, al
igual que al retirado sicario que colgó el cañón lleno de muescas y hoy todo
el mundo le sigue teniendo miedo, debemos saber que el mundo es de la gente
que tiene todo por vivir, pero que ese mundo, un día fue de la gente que hoy
termina de estar aquí.
Tú y yo estàs seguro de que nos veremos allí?
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