Hace algún tiempo en una esplendorosa Roma los problemas en la bidireccional educación entre padres e hijos hicieron que, algunos de los más famosos sabios de la época nos dejaran un legado que bien podría servir para los tiempos que corren.
De esta manera entendemos a Cicerón cuando argumentaba que eran malos tiempos aquellos en los que los hijos habían dejado de obedecer a la vez que, como curiosa cuestión, estaba molesto porque todo el mundo parecía capaz de escribir un libro.
Desde entonces y hasta nuestros días son muchos los que tras su experiencia han tratado de aportar un granito de arena sobre el que apoyarse para poder entender mejor la parte difícil de la educación.
Cuando somos pequeños recibimos lo que después sin querer plasmamos en los demás. El hecho de que nunca nos haya faltado nada, implica que más tarde con el paso de los años estaremos preparados para conseguir que nada les falta a ellos. Por el contrario, la mediocridad de la educación o el desinterés, añadido a factores externos de marginalidad y miseria son pesados obstáculos imposibles de sortear.
En el fondo y después de milenios de relaciones familiares, hemos entendido que solo hay dos cosas que forman una herencia válida.
Unas raíces que nos permitan anclarnos al entorno que nos rodea a través de los que nos quieren y nos apoyan entendiendo que hay un sitio donde siempre nos van a querer incluso tras nuestros errores, es a mí entender una de las claves para no perder el rumbo.
Unas garras o unas alas que como si de una navaja suiza se tratara nos sirvan de herramientas para facilitar la interacción con los demás, salvando problemas para al final conseguir la dignidad personal que da equilibrio a nuestra vida.
Igual que no se necesita ser el mejor ingeniero para ser feliz, sin que además tampoco eso sea garantía de solución económica para el futuro, en los tiempos que corren, la compresión, el amor y la compañía en el peor de nuestros momentos son la única solución para que pasito a pasito llegue un día en el que cuando nuestro reloj llegue a su final podamos decir, ¡Carallo, vivín moi ben!
No todo el mundo nos vale y ciertamente pocos son los que nos pueden aportar la paz. La magia de vivir se compone de pequeños trucos que nos abren los caminos y es el vividor quien debe de engañar a la providencia. La mayor maravilla a la que un ser humano puede optar es que las personas que quieres te hagan la vida imposible. Y si puede ser, todos los putos días.
Para ti.
Para vosotros.
Para que seáis sabios.
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