Todo el mundo sabe que no tengo ninguna confianza en Pablo
Iglesias. Sin embargo, me encanta el movimiento que a través de Podemos ha llegado a
la calle en respuesta a la situación política que de unos años para acá tiene
al país consumido y de la que, en mayor o menor medida, he formado parte, no
tanto como parte de un partido político que ya no me representa si no por
relaciones reales y diarias que se desarrollan dentro del ámbito profesional
que con más o menos orgullo, todos llevamos a nuestras espaldas.
Es muy fácil orientar grupos de gente a través de una
sencilla manipulación. Sin embargo, es totalmente imposible convertirse en un
mesías, salvador de nada, usando solo la cara bonita. Los movimientos sociales
siempre se producen por el contenido que cualquier masa tiene detrás.
Sustentada en ésta es cuando, desde diferentes estratos, se confirman uniones
que se multiplican hasta conseguir lo que podría haber sido una revolución en
cualquier otro momento de la historia en la que, habrían rodado sin lugar a
duda, cabezas.
Me da mucha pena la ilusión de todos y cada uno de los
seguidores que apoyan la formación que Pablo Iglesias se ha sacado de la manga
y, aunque disfruto enormemente la oposición que esa ilusión supone para toda
esta cantidad de políticos que nos dirigen y que llevan el apellido de
Corrupción a sus espaldas, mucho me temo que todo se va a quedar en agua de
borrajas.
Digo esto por varias razones. La primera de ellas viene dada
después de una conversación ya hoy lejana que mantuve con, digamos, alguien
responsable en parte del sustento de los mercados financieros. ¿Quién paga todo
esto? ¿Crees que se va a consentir que un movimiento radical e
independientemente de una u otra ideología controle el futuro de este país?
Pues yo pensaba que sí. ¡Ay! Mísero de mí.
Otra de las razones podría ser la falta de confianza en el
principal dirigente de esta organización que, en mi caso, viene motivada por el
conocimiento que de cabo a rabo tengo de su pasado y que justifica la cantidad
de relaciones, -no todas malas-, que con todos mis respetos tiene el de la
coleta.
Pensar que los mercados financieros trabajarían para
desligar a los grandes fondos de las inversiones en España y que en la
actualidad es el grueso de los analistas económicos el que visualiza un futuro
incierto en esas políticas, en el caso de que Podemos tuviera más responsabilidad
de la estrictamente necesaria, es algo que humildemente puedo llegar a entender
porque ¿quién ciertamente maneja todo esto?
¿Nos hemos preguntado lo que pasaría si desde la City se
tratara de vender toda la inversión en deuda pública española que tienen los
grandes fondos? Pues esa es una de las amenazas que actualmente existen sobre
todos y cada uno de los ciudadanos españoles.
¿Garantiza la formación que dirige Pablo Iglesias que la
corrupción va a desaparecer de forma automática en el momento en que él llegue
al poder? ¿Está actualmente libre de cualquier sospecha?
La sociedad ha evolucionado mucho desde que Tomás Moro
escribiera sobre esa isla denominada Utopía que albergaba un modelo social
perfecto y maravilloso en su forma y funcionamiento. Una gran obra para un
emergente entonces siglo XVI que vivía un periodo de conquistas y reformas
donde era relativamente fácil vender felicidad.
La utopía es necesaria como efecto placebo y, en muchas ocasiones, todos nos remitimos hacia esa forma del pensamiento. Sin embargo, todo aquello está obsoleto y no tiene nada que ver con el momento actual de la historia en el que las conquistas no se hacen desembarcando en una tierra prometida y degollando a cada bicho viviente que se nos acercara.
Los problemas de hoy son el terrorismo, el paro, la
corrupción y las necesidades sociales, englobando en éstas todas las soluciones
que pasen para paliar la pena que cualquier sociedad alberga en su interior.
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