¡Ha pasado otra vez! Hoy no era un sábado cualquiera. Esta jodida intuición que a veces se acuerda todavía de mí, me habló esta mañana y en el tono que habitualmente usa, me anticipó lo que iba a suceder.
Hoy podía haber
sido un día normal. Rabito tirado en la cama, la Kiti haciendo la vida imposible
a la Pitusina y esta, meando en cualquier sitio menos en el destinado a dicho
menester. Podría haber sido una tarde cualquiera, de las que me paso
incrementando mi patrimonio a costa de cualquier torpe casa de apuestas, que
todavía no han entendido que fallan los futbolistas, pero no las matemáticas.
Faltaban diez
minutos para las nueve de la noche. Solo había una persona tirando cerveza,
llenando cubos de palomitas y poniendo mezcladitos. Mascarillas de oreja a
oreja, una fila de gente esperaba delante de mí. Hacía unos segundos que se
había dejado de oír la voz de Robert Halford y el silencio absoluto era una
realidad. Todo iba a empezar. El padrino como siempre, de bares.
Pasaba algún minuto
de las nueve de la noche y las luces del teatro se apagaron. La música empezó a
sonar. De menos a más y sin ninguna improvisación, una de tantas, otra puesta
en escena más, el principio de cualquier concierto de uno de los grupos más
importantes que ha dado la música de este país, hoy en Arganda del Rey.
No tengo que
decir quien es Paco Ventura, con todos los respetos hacia los demás, el mejor
guitarrista de este país, con un nivel que está muy encima de la mayoría de
americanos que pueblan el top cien de la historia. Al fondo y rodeado de
teclas, Manuel Ibañez. Europa también se le ha quedado pequeña, pero se hace
muy grande sobre cualquier escenario y no necesita ninguna de mis palabras,
porque además y ellos saben el motivo, hoy no me queda más remedio que hacer mi
pequeño homenaje a alguien muy especial para mí, que demostró que hay cosas que
se hacen para a través de ellas, llegar al cielo, tocarlo y bajar otra vez a
esta mierda de mundo en el que vivimos.
La humildad es un
recurso inventado por los mediocres para justificar sus carencias. No soy
humilde. Si lo fuera no me podría mirar a un espejo, ni me podría decir a mí mismo,
eres el mejor en lo que haces. ¡Siempre lo fuiste!
Hoy recibí un
gran bofetón. Un violento y fuerte golpe, de esos que la mayoría de las
personas nunca reciben y que por su envergadura, incluso los prepotentes de
mierda como yo, tampoco disfrutamos.
Hoy me
demostraron que cuando consigues ser el mejor en algo, todavía cabe la
posibilidad de subir otro escalón y como refería antes, tocar la mano de Dios
para más tarde volver a estar entre los humanos.
Me contaron que
existe un amor tan antinaturalmente especial y único, que no importa
absolutamente nada más que el propio amor. ¡Así de sencillo! Un amor que solo se
puede sentir desde el alma más blanca, limpia y pura que podamos conocer.
Hace años que salí a palos con Dios. Dios existe, pero tengo mis motivos para no querer saber nada de él y espero no volver a cruzármelo nunca más. Con esto quiero decir, que en el día de hoy no atravieso la puerta de ninguna iglesia como tal, aunque haya tenido que penetrar en la edificación que la alberga.
Con esto quiero decir, que estoy muy lejos de pensar como Manuel Summers, porque incluso en ciertos momentos podría yo mismo haber sido la peor persona que he conocido, hasta el punto que no creo que hubiera un corazón más negro.
Hoy no tenía que
haber salido de casa. Tenía que haberme enclaustrado en el opio habitual y
terminar sintiéndome pegado al techo, en ese estado de bienestar que a veces me
asusta. ¡Pero salí! Salí y canté, salí y reí, salí y me metí en el espectáculo que
tenía programado para hoy, como casi siempre en primera fila en el día que
menos protagonista de nada era, donde se olvidó hasta la foto del revés
habitual.
¡Salí y lloré!
Hoy asistí a un concierto de Medina Azahara. A nadie le importa el por qué no
era un concierto normal, en un día anormal. Pero después de todo lo que va a
quedar plasmado en este grandioso, porque lo he hecho yo, texto, tengo que
terminar diciendo algo.
Hoy dormiré volviendo a pensar en Dios. Y fuera de cualquier metáfora que cualquier imbécil quiera entender que uso, dormiré un poco más feliz y pensando en él. A la vez que llorando un poco más de lo que ya lloré en la butaca once de la primera fila del Casablanca. Pensaré en Dios porque hoy me has hecho volver a creer, porque entiendo que no he tenido tanta suerte como para conocer a alguien con un corazón tan grande y con tanta fuerza, que solo podría equipar a ese del que un día me olvidé.
¡Por tanto, Dios volverá a mi vida!
¡Gracias, Don
Manuel!
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