No. Pedro Sánchez, no es xenófobo. Pero de cualquier manera, eso no sería lo que más llamara la atención en una sociedad que ha perdido la mayoría de los valores fundamentales que determinan la convivencia entre las personas. El candidato socialista a la presidencia del gobierno, podría ser algo peor. Algo que se mama desde la infancia a través de la educación que recibimos.
Pedro Sánchez podría ser un aséptico y enfermizo clasista. Cómodo en el trato con una fácil y preparada puesta en la escena televisiva, e incluso eficaz, detrás de esa imagen impoluta de niño de generosos modales, Pedro Sánchez podría esconder un rechazo al trato y al contacto con la gente de la calle, con el ciudadano de a pie, siendo este, negro, blanco, amarillo o del color del alma. A Pedro Sánchez le podríamos dar asco.
Recuerdo mis no muchas reuniones con él. El intercambio de opiniones en un congreso en el que los dos estábamos a favor de cualquier cosa que se enfrentara a Gómez en Madrid, uno o dos cafés a solas en las cercanías de Ferraz y para de contar, porque Pedro Sánchez no me transmitió ni la más mínima confianza y nunca más he pretendido acercarme a él.
No trato de criticar al primer espada de los socialistas españoles. Es más, nunca podría decir que fuera mala persona en el quehacer diario, pero es evidente que alguien que aspira, aunque solo él lo crea, a presidente del gobierno de un país, debería de ofrecerse más, transmitir más y bajarse al ruedo, incluso para caer mal a la gente.
El PSOE vuela sus últimos vientos y en estos momentos que con voz triste releo este texto, me pregunto si todavía habría alguna solución para que las buenas personas, que esas seguro que lo son, con las que ayer compartía un litro de cerveza en la caseta socialista en las fiestas de Torrejón de Ardoz, no pierdan la ilusión y sigan luchando por sus creencias. Con mi voto hace muchos años que no pueden contar.
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