El ser humano suele pasar una crisis vital a lo largo de su
vida. Una y no más, pero no es poco el esfuerzo que hay que hacer para superar
ese trámite del que, salir victoriosos significa alcanzar una virtud moral y
existencial en lo que queda por hacer hasta el día de nuestra muerte.
Atravieso una crisis de identidad y no sé quién soy o al
menos no puedo desarrollarme en el ámbito personal como quisiera, entre otras
cosas porque no sé lo que quiero o las personas de las que dependo no me
permiten que viva de acuerdo al metafórico capricho que mi momento quiere
convertir en cimientos de futuro. ¿Nos suena?
Las personas somos complicadas hasta un punto que ni
nosotros mismos entendemos. Pero, hagámonos una pregunta un tanto estúpida:
¿Qué es vivir? Es probable que algún gilipollas de psicólogo nos dijera que, vivir
es vibrar cada instante, ante la emoción de percibir la maravilla de la
creación del Dios que nos rodea.
Pero realmente vivir no es eso. Vivir es estar jodido la
mayoría de los días en un estado más o menos catatónico terminal en el que,
empezamos el día antes de amanecer para ir a un sitio al que no queremos ir,
del que más tarde regresamos con la misma indiferencia y sin haber conseguido
realizarnos ni en la parte de mono que algunos todavía llevamos a gala. ¿Por
qué pasa eso?
El ser humano es un supuesto ser inteligente que tiene
capacidades únicas en comparación con el resto de los seres vivos. Fuera del
entorno psicopático, somos capaces de entender lo bueno y lo malo como incluso
maneras de vida fácil o difícil. Somos capaces de elegir y de pelear con
cualquiera por lo que queremos y la carrera que nos lleva al final de los días
nos enseña a reaccionar ante cualquier vicisitud.
Hace mucho tiempo y desde que era semilla de un gran árbol
en ciernes, cuide de un bonsái. Manipulé sus ramas, lo podé, lo pincé y en
alguna ocasión dañe sus brotes. Día tras día empapaba el terreno sobre el que
le había plantado y así poco a poco tras curar muchas de sus crisis que, a modo
de heridas reclamaban muchos cuidados, terminaba hablando con él, sintiendo a
través de sus formas como su alma se aferraba a aquella maceta con más ganas de
vivir de las que yo incluso podría tener.
Quizás la mente del ser humano sea una especie de bonsái
creciendo cada día desde el convencimiento de que siempre hay al lado alguien
preocupado por esas podas que restañan las heridas, esos pinzados que son las
palabras o unas caricias que hacen de tierra mojada.
¡Cuidado! A veces tenemos el cielo abierto para prendidas
nuestras raíces, amarrarnos fuerte y dejarnos querer hasta que dentro de mucho
tiempo y en el final, poder mirar al bonsái que nos acompañó con una sonrisa
que le dijera. "Adiós amigo, a ti también te veré en la siguiente vida".
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