Ni la buena voluntad ni los buenos deseos solucionan los problemas.
En efecto, y según explica Daniel Barenboim, no es posible poner fin al conflicto militarmente porque eso no erradicará la semilla del odio entre dos pueblos totalmente irreconciliables y que están condenados a la guerra perpetua.
Dos sociedades civiles sumidas en el miedo constante. Todos hijos de los filisteos y ahora la historia los hermana en el odio, el dolor y la muerte.
Israel tiene capacidad de destruir completamente cualquier reducto del territorio palestino y muchos pensamos que la defensa, incluso desproporcionada de un país puede ser justificada por cualquier tratado internacional. Hoy en Oriente Próximo la defensa no está siendo desproporcionada y solo el calificativo brutal, sería válido para definir lo que está pasando en los territorios palestinos.
También lleva razón Barenboim cuando plantea imposibles atajos para resolver el problema porque, si bien es cierto que existen momentos en los que bajo unos términos muy concretos cualquier gobierno puede negociar con grupos terroristas por el bien de la población civil, también es cierto que actualmente Hamas representa uno de los más financiados movimientos terroristas a nivel mundial con benefactores que con la más perversa de las intenciones, nunca dejarán una vía de escape que pudiera dar esperanzas en la conclusión del conflicto.
La situación es desesperada y hay que confiar en que esta barbarie se termine pronto y no haya ni una sola víctima más.
Hace muchos años que algunos de los estados que reconoce a Hamas como enemigos plantearon al gobierno de Israel una incursión terrestre. Esa incursión hubiera sido diseñada al milímetro con anterioridad y apoyada por observadores habría probablemente conseguido descentralizar el conflicto en la Franja de Gaza.
Barenboim cita a Schopenhauer en una especie de treta mental destinada a conmover instintos de muerte. “No hay nada que nos devuelva a la senda de la justicia con tanta rapidez como la imagen mental de las dificultades, la aflicción y los lamentos del perdedor”. Una frase impresa en arcaico vinilo irreproducible. Hoy en día no hay ninguna esperanza y simplemente no queda más que llorar ante la irremediable y brutal solución que pasa por derrocar el terrorismo islámico en su propio terreno, en los hogares, colegios y hospitales donde se cobija una aterrada y maravillosa sociedad palestina.
En el mundo no se comparte, la tierra no se divide. Disfrutar del dolor ajeno es un deporte aun cuando mi enemigo es desconocido. Si el odio existe, lo atroz se convierte en norma y la destrucción en deseo.
Terminemos pronto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario