Hemos progresado mucho desde aquellos tiempos en los que el no considerado vil ni villano campaba a sus anchas, decidiendo por sus fueros sin atenerse a ninguna ley ni tan siquiera moral. Roma, Grecia y más tarde la época de los castillos nos han dado paso a otro momento histórico en el que todos somos iguales ante la tan controvertida justicia de los hombres.
Más orgullosos tenemos que estar cuando nuestra familia real no se queda atrás en esa carrera que parecen tener la sangre azul europea, por ser los primeros de la lista en protagonizar relaciones con juzgados y fiscalías.
Las rancias familias reales del viejo continente han sido acusadas de todo tipo de delitos. Soborno, prevaricación, chantaje, malversación e, incluso, asesinato son hechos que, aunque supuestos, están ahí y siembran dudas permanentes en la mayoría de la población que no tiene acceso a la penúltima página del libro de la historia en donde se encuentran todas las soluciones.
Lo cierto es que en el día de hoy ha sucedido lo que ya alguno contemplábamos como incuestionable y que otros ahora seguirán, con la ley en la mano, intentando desmontar en mayor o menor medida. Cristina ha sido puesta a disposición de la acusación por delito fiscal y blanqueo. Hay que tener en cuenta que estos delitos y, diga lo que diga cualquier obsoleto tertuliano, no conllevarían nunca una pena superior a dos años de cárcel y la hermana de Felipe VI no ingresará en prisión jamás.
No soy quien para juzgar delitos ni valorar circunstancias en las que se producen los mismos. Con este texto quiero ir más lejos y entrar de lleno en el interior de la mente de Cristina y tratar de entender uno de los mayores enigmas que la monarquía española nos ha colocado delante de las narices.
Cristina de Borbón no tenía ninguna necesidad económica y su situación como persona física era envidiable de cara a cualquier ciudadano. Entonces, ¿por qué encubrió y se benefició según un juez de 25 delitos de índole económica?
Un Gran Follador
Esa es la sentencia que, a modo de conclusión, deriva de la personalidad de Don Iñaki Urdangarin. Además de un conocido egocéntrico y prepotente delincuente de tres cuartos de mierda, no cabe ni la menor duda de que él –curiosamente, nacionalista vasco– es un gran follador. Y digo esto porque no tengo ni la menor duda de que en esta vida se puede tener absolutamente todo a excepción del mejor y más brutal orgasmo de la historia de uno mismo.
Solo una gran verga dorada podría conseguir que la ya desterrada y supuestamente guapa princesa que cualquier gilipollas quisiera tener en su haber como trofeo, haya caído en la mayor trampa tendida por un simplón de pueblo llano a una histórica monarquía.
Desde aquí quiero pedir que la fiscalía actúe en consecuencia y entienda los motivos por los cuales la Infanta accedió al chantaje emocional de su marido y comprenda que la mayoría de las mujeres no pueden disfrutar de un buen rabo.
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