El conjunto de la
sociedad está cometiendo un error de bulto en ciertos sentimientos. Aunque lógicos
desde cualquier criterio andante, están lejos de esa realidad a la que estamos
acostumbrados la mayoría de los ciudadanos de a pie y forman parte de una
deseable e imposible utopía.
No todos somos
iguales, nunca lo hemos sido y jamás podremos pretender serlo.
Solo hace falta
remitirse a la historia para entender que, desde el principio de los tiempos y
ya sea por condición física o moral, los habitantes que relacionan sus
vivencias en cualquier hábitat son diferentes unos de otros. Esas diferencias
vienen marcadas por innumerables factores que, dentro del contexto al que me
refiero, se han encargado de agregar tópicos a nuestro dietario desde la boca
de autores como Pitágoras, Platón, Hegel o Brandt.
La Infanta ya no
está imputada.
Para mí y para otros
muchos, yo diría la mayoría, esa noticia no es tan nueva que deba de
proclamarse a los vientos como novedad. La Infanta no está imputada,
la sociedad alemana permitió el holocausto, Barcenas está en la calle. Ortega
Cano, de chatos; y King Kong no fue nominada como mejor película en 1934. Mención
especial requiere la de Josu Urrutikoetxea Bengoetxea, otro King Kong, que se
pasea por el mundo después de quitar la vida a doce guardias civiles.
¿Injusticias? Como la vida misma.
En estos días, estoy
viviendo una injusticia por parte de la Institución Educativa a
la que asisten mis hijos. El apellido Balsalobre no está muy bien visto. ¿Será
por diferencias políticas? ¿Será por falta de profesionalidad del personal
docente? ¿Será por negligencia del equipo directivo? De cualquier manera y, sin
mayor importancia, una injusticia más a la que todos estamos expuestos de
manera permanente. A no ser que tengamos sangre azul y la mía, hoy por
hoy, es de color rojo. No sé la vuestra.
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