No soy de esas personas que van pidiendo respeto para todo
el mundo y de hecho, quiero anticipar que tengo ausencia de capacidad para
pensar que todos somos iguales y que merecemos las mismas oportunidades. En
esta línea y para que a nadie le quepa la menor duda, la mala educación que me
dieron mis padres, aplicada a la historia de mi prácticamente desconocida existencia
hasta hace unos pocos años, me hace conocerme cada día un poco más y saber
hasta dónde puedo llegar. Y es en este momento, donde tengo muy claro que hay personas
que viven o siguen estando vivas, porque no se han dado esas circunstancias
extraordinarias, por las cuales, su existencia dependiera o hubiera dependido de
mí o de alguno más que leerá este ridículo texto.
Solo acudo a un cementerio
cuando tengo que acompañar a alguien que ha perdido a un ser querido,
soy asiduo de iglesias, catedrales y de en general, lugares de culto cristiano, lo hago en soledad
y por un motivo que solo yo conozco, que está lejos de cualquier ideario. En
ese sentido y para que tampoco haya ninguna duda, vaya por delante que no creo
en Dios. Y soy ateo por una razón muy sencilla. Nadie me ha demostrado la existencia
de ese señor y en solo un momento donde le necesité, tampoco se personó ante
mí, para subsanar un absurdo error, algo que entraba dentro de la lógica más
aplastante.
Contradictorio al párrafo anterior, me reconozco
admirador de los creyentes y de las personas que siguen la fe cristiana e
incluso colaboro en todo lo que puedo con ellos. Imagino que me gustaría ser
igual y tener algo ahí, en todo lo alto, a lo que dirigirme otra vez con alguna
esperanza o simplemente como medio para hablar conmigo mismo. ¡Ya aprendí a
hablar solo!
Sin respetar a todo el mundo, si valoro y defiendo que la
gente sea libre de hacer lo que quiera, cuando y como quiera. Me encanta ver como
las personas se divierten, cantan y bailan. No me disfrazo nunca, bastante ya
tengo con mi físico como para ponerle más trabas, pero también defiendo que la
gente lo haga. Carnavales, Navidad o incluso aprovechar una conmemoración
cristiana para ello, cambiarla el nombre y hacerlo, me parece estupendo.
Pero hoy es una de esas tres fechas al año en las que mi
cabeza tiene motivos para no sentirse especialmente feliz. Con el añadido de
que llevo once días con un vaso de agua diario, implicando eso un cambio de
humor bastante importante y más, cuando en esta ocasión algunos dolores
totalmente justificados están martirizándome, me veo obligado a expresar lo que
es solo mi opinión, o mejor dicho, quiero compartir de alguna manera un
recuerdo.
Hoy, un Primero de Noviembre Día de Todos los Santos, pienso
que no todos los muertos son santos. Que hay muchos muertos que están bien
donde están y que no hay huecos suficientes en el infierno para tanto
terrorista, asesino y psicópata que pisa la faz de la tierra. Entiendo que hoy
es un día en el que tenemos que conmemorar a esos muertos que tendrían que
seguir estando vivos, sino fuera por aquel acto que les llevó a la tumba y que
hoy está justificado por gran parte del país. Me acuerdo de Eduardo Puelles y
por extensión de todas las víctimas del terrorismo vasco, catalán, de los
muertos que llevamos apuntados en la guerra contra el fundamentalismo islámico,
de los muertos en acto de servicio en esa lucha antiterrorista y sobre todo
pienso que todos y cada uno de ellos, tendrían que estar a mi lado, respirando,
disfrazándose de bruja, de fantasma o de puta, para también salir a la calle a
bailar con su familia y amigos.
Fuente: Diario Levante |
No hay comentarios:
Publicar un comentario