Después de cinco horas de pasar
miedo, por fin me desperté esta mañana. Eran casi las siete y estaba contento porque
toda esa realidad, no era tal. Solo había sido un sueño, el sueño de siempre.
No entiendo como después de treinta y siete noches de no recibir la más mínima
visita, las mismas que días de no comer absolutamente nada, hemos vuelto a las andadas.
Es posible que haya alcanzado
parte del punto de conciencia al que quería llegar. Pero todo el sacrificio de
este tiempo y tanto interés como he puesto en llegar hasta aquí, tenía como fin
conseguir un arma suficientemente potente como para terminar con la guerra que
mantengo conmigo mismo, tantas y tantas noches.
¿Qué ha salido mal? Quiero pensar
que nada. Hoy es un día relativamente duro, debido a que esta noche me costará mucho
cerrar los ojos y dormir y las horas que me quedan hasta saber si a eso de las
tres de la mañana estaré solo o tendré que dar más explicaciones a estos
históricos, se pasarán nada más que pensando en ese momento.
En algún momento he pensado que
le puedo plantar cara a mi mente y salir airoso, pero de momento solo he
aprendido una lección. Y es que solo puedo controlar la situación cuando estoy
consciente, pero que todo eso que guardamos un poquito más allá, va a seguir
decidiendo por sí mismo y que además, los casi cuarenta días de fortalecimiento
mental y de entrenamiento para vencer mi miedo, no son suficientes.
Vendrá un trigesimonoveno, que
dará paso al tiempo que Pitágoras y otros estuvieron sin comer y de momento e
independientemente de los beneficios físicos, tanto empecinamiento y malos
ratos, no han servido de absolutamente nada. En estos momentos solo quiero
permanecer despierto y comer o no, es algo que me da exactamente igual. ¡Mal
día!
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