viernes, 3 de julio de 2015

BOMBA ATÓMICA

“Podíamos escuchar las risotadas y el ruido de botas en el suelo, la agitación entre los oficiales. ¿Cuántas veces nos violaron a cada una de nosotras esa noche? Me quedó todo el cuerpo lastimado. No había un lugar que no me doliera”.

Jan 1944
Todos los veranos me acuerdo del lanzamiento de la bomba atómica en territorio nipón.
Es en agosto cuando se cumplirán siete décadas de lo que podría ser una de las mayores aberraciones cometidas por el hombre. Pero tengo que confesar que, en la medida que va pasando el tiempo, me son más indiferentes las decenas de miles de muertos que produjo el lanzamiento de Little Boy.
Ando últimamente leyendo sobre retazos de la historia asiática en los años que transcurrieron entre la primera y la segunda guerra mundial y es a partir de ahí, donde estoy renovando mi impresión sobre Japón. Puedo decir sin temor a equivocarme que, los nipones son los más cercanos a participar con garantías en un concurso para medir la capacidad de cometer aberraciones, abusos y atrocidades.
Hay un fragmento de historia que no ha estado muy expuesto a la opinión pública pero que merecería estar permanentemente entre nosotros. Es el tiempo en el cual los japoneses crearon los centros de solaz.
Estos lugares eran verdaderos campos de concentración que dirigía el ejército nipón desde su mismo cuartel general para uso exclusivo de militares. Burdeles privados que se situaban en edificios o barracones en los que, cada mujer ocupaba una habitación del mismo tamaño que la cama. Las mujeres o mejor dicho, las niñas que normalmente no pasaban de los 15 años, eran vigiladas y privadas de libertad para ejercer una  función en la que  debían atender a un número indeterminado de hombres que nunca bajaba de los 30 con los que prestaban hasta 100 servicios en un mismo día.
La mayoría de las mujeres sufrieron enfermedades venéreas contagiadas por los soldados. Golpeadas, quemadas y maltratadas hasta límites inentendibles, muchas de ellas intentaron suicidarse ya que, planear una fuga era totalmente imposible.
Cuando en 1945 Japón perdió la guerra, el ejército abandono a las mujeres no sin antes instar a suicidarse o asesinar a muchas de ellas.
En el día de hoy, el Gobierno de Japón sigue sin reconocer que este sistema de prostíbulos era mantenido con mujeres que habían sido secuestradas con la única finalidad de aliviar a sus soldados y siguen sin Indemnizar a las víctimas de la esclavitud impuesta por los militares japoneses. 
No han presentado una disculpa pública por escrito a las mujeres que han dado a conocer su identidad y que puedan demostrar que fueron víctimas de dicha esclavitud.
Y lo que me parece más importante. No han sensibilizado al pueblo sobre estas cuestiones, modificando los planes de estudio escolar para que reflejen la realidad histórica. Tampoco existe un proceso por el que identificar y castigar, en la medida de lo posible, a los responsables del reclutamiento y la institucionalización de los centros de solaz durante la guerra.
En Agosto de 1945, un B-29 fabricado recientemente en Omaha dejó caer en Hiroshima la primera de dos bombas atómicas destinadas a garantizar la seguridad de millones de americanos. Con ellas se terminó con el sufrimiento de miles y miles de niñas sometidas a las peores torturas y abusos que el ser humano pueda imaginar y del que sigue siendo responsable el gobierno japonés.
  

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