“Podíamos escuchar las risotadas y el ruido de botas en el suelo, la
agitación entre los oficiales. ¿Cuántas veces nos violaron a cada una de
nosotras esa noche? Me quedó todo el cuerpo lastimado. No había un lugar que no
me doliera”.
Jan 1944
Todos los veranos me acuerdo del
lanzamiento de la bomba atómica en territorio nipón.
Es en agosto cuando se cumplirán
siete décadas de lo que podría ser una de las mayores aberraciones cometidas
por el hombre. Pero tengo que confesar que, en la medida que va pasando el
tiempo, me son más indiferentes las decenas de miles de muertos que produjo el
lanzamiento de Little Boy.
Ando últimamente leyendo sobre
retazos de la historia asiática en los años que transcurrieron entre la primera
y la segunda guerra mundial y es a partir de ahí, donde estoy renovando mi
impresión sobre Japón. Puedo decir sin temor a equivocarme que, los nipones son
los más cercanos a participar con garantías en un concurso para medir la
capacidad de cometer aberraciones, abusos y atrocidades.
Hay un fragmento de historia que
no ha estado muy expuesto a la opinión pública pero que merecería estar
permanentemente entre nosotros. Es el tiempo en el cual los japoneses crearon
los centros de solaz.
Estos lugares eran verdaderos
campos de concentración que dirigía el ejército nipón desde su mismo cuartel
general para uso exclusivo de militares. Burdeles privados que se situaban en
edificios o barracones en los que, cada mujer ocupaba una habitación del mismo
tamaño que la cama. Las mujeres o mejor dicho, las niñas que normalmente no
pasaban de los 15 años, eran vigiladas y privadas de libertad para ejercer
una función en la que debían atender a un número indeterminado de
hombres que nunca bajaba de los 30 con los que prestaban hasta 100 servicios en
un mismo día.
La mayoría de las mujeres
sufrieron enfermedades venéreas contagiadas por los soldados. Golpeadas,
quemadas y maltratadas hasta límites inentendibles, muchas de ellas intentaron
suicidarse ya que, planear una fuga era totalmente imposible.
Cuando en 1945 Japón perdió la
guerra, el ejército abandono a las mujeres no sin antes instar a suicidarse o
asesinar a muchas de ellas.
En el día de hoy, el Gobierno de
Japón sigue sin reconocer que este sistema de prostíbulos era mantenido con
mujeres que habían sido secuestradas con la única finalidad de aliviar a sus
soldados y siguen sin Indemnizar
a las víctimas de la esclavitud impuesta por los militares japoneses.
No han presentado una disculpa
pública por escrito a las mujeres que han dado a conocer su identidad y que
puedan demostrar que fueron víctimas de dicha esclavitud.
Y lo que me parece más
importante. No han sensibilizado al pueblo sobre estas cuestiones, modificando
los planes de estudio escolar para que reflejen la realidad histórica. Tampoco
existe un proceso por el que identificar y castigar, en la medida de lo
posible, a los responsables del reclutamiento y la institucionalización de los
centros de solaz durante la guerra.
En Agosto de 1945, un B-29
fabricado recientemente en Omaha dejó caer en Hiroshima la primera de dos bombas
atómicas destinadas a garantizar la seguridad de millones de americanos. Con
ellas se terminó con el sufrimiento de miles y miles de niñas sometidas a las
peores torturas y abusos que el ser humano pueda imaginar y del que sigue
siendo responsable el gobierno japonés.
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