En estos últimos tiempos he convertido en habitual algo que creo debíamos de hacer todos en algún momento de nuestra vida. Me he estado dedicando a calibrar las relaciones que en ámbitos muy diferentes he mantenido durante estos últimos veinte años. Más o menos un tiempo en el que considero que, al menos, me he tratado de comportar acercando la razón a la emoción. Esto significaría tener un punto suficiente de madurez para trabajar sobre ese pensamiento que, aunque pudiera ser un tanto filosófico, sirve sin ninguna duda para seguir adelante con más acierto y puntos a mi favor que los pocos que hasta ahora hubiera podido tener.
Me he dado cuenta de que, una vez más, estaba equivocado en algo que hasta ahora rebatía a la hora de leer determinados textos donde algunos especialistas en materia psiquiátrica valoraban el comportamiento del individuo con un criterio argumentado en la escisión entre esas emociones y la propia razón.
Imagino que al igual que yo, son muchos los que pensábamos que “todo er mundo e güeno” como si de alguna manera viviéramos dentro de aquella película que Summers estreno a principios de los ochenta. Sin embargo, ahora que han pasado unos cuantos años y la ansiada madurez nos permite evaluar actitudes y olvidadas formas de pensar, estoy seguro que también al igual que yo, son otros muchos los que en este día piensan que la realidad es otra. Por mi parte, no me queda más que dar la razón a quien en su momento pensó que vivimos en una sociedad moderna que tiene como principal característica la psicopatía.
Si valoramos al conjunto de la sociedad como un solo ente, podríamos decir que sin lugar a dudas estamos ante un criminal de primer nivel. Desde guerras a contaminación, tráfico de armas, esclavitud, terrorismo y hambruna entre otras decenas de delitos, hacen que a su amparo se desarrollen individuos que en su conjunto están construyendo una nueva denominación para lo que sería el verdadero mal del siglo XXI.
Lo queramos o no, nos guste más o menos, la verdad es que las personas no son fuertes ni mucho menos autónomas y, por regla general, siempre van guiadas por lo que podríamos llamar una manipulación de buenas intenciones. Desde el tipo de educación recibida, lo posesivo de las relaciones o el grado de libertad que se nos aplica son entre muchos otros fenómenos, -unidos al verdadero culpable de la psicopatía, la genética-, los que están causando verdaderos estragos en la población.
En mi opinión, estamos cometiendo un gran error al no considerar la psicopatía como una patología. La evolución de cualquier especie viene dada por regresiones constantes y somos capaces de luchar contra cualquier enfermedad desde el momento que no conocemos el futuro más inmediato. Cierto es que la psicopatía del ser humano es una forma de adaptación del individuo al medio en una evolución no regresiva, pero que atenta contra el entorno y desde ese punto al igual que hay sociedades protectoras contra cualquier tipo de maltrato, es la psicopatía en sí un complejo conjunto de factores que dan pie a cualquier forma de vejación sin límite que nunca y, por la definición del término sociópata, sufre el verdugo.
No entenderse en sí mismo o no poder quejarse del sufrimiento que produce la cosificación sobre la que desconocemos hasta donde puede causar daño. No poder defenderse ni explicar aquello que está pasando, hace que el complemento que como víctima necesita la misma sociedad psicopática o el individuo desconocedor de remordimiento y desde el ámbito del estudio, que la psicopatía deje de ser un trastorno social para haberse convertido en una enfermedad que, más que mental, yo diría es común.
Un psicópata es alguien que para conseguir algo puede esperar todo el tiempo del mundo o abrir cualquier alma en un instante y de la manera más violenta que podemos llegar a imaginar. Inalterable en ambos casos.
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