Lo más opuesto al libre albedrío. Así es la fuerza
sobrenatural que, según dicen los que en ella creen, nos guía de manera
inevitable hacia fines no seleccionados de antemano.
El hecho de dirigirnos todos los días al mismo lugar
puede dar al traste con nuestras esperanzas de vida desde el mismo momento que
un día elegimos una ruta diferente. Ante la posibilidad de alternar diferentes
caminos para acceder al mismo sitio, escoger entre varios días para coger un
avión o entrar o no en un bar a tomar una cerveza, se exponen para nosotros
infinitas alternativas de forma de vida que sin darnos cuenta estamos obligados
a sortear.
Lo ambiguo del pensamiento en el concepto de nuestro destino
o hado, sería pensar en el porqué de la unión de dos caminos que nunca
deberían haberse cruzado o en el mejor de los casos habría unas pocas
posibilidades de ello, entre un número que tiende a infinito.
Cansado de comprobar que la distancia entre las personas
en el tiempo y el espacio no hace imposible ninguna relación humana, me quiero
preguntar sobre la capacidad que tenemos de renunciar a nuestro destino e ir un
poco más allá. Plantear si realmente existe como algo prediseñado para nosotros
por algún poder supremo.
Filosóficamente nada es cubierto por azar pero el
destino sí es contemplado como una casualidad. Matemáticamente podemos coger una baraja española y de
entre las cuarenta cartas, calcular cuántas posibilidades hay que al extraer
dos naipes seguidos, obtengamos dos sotas. Fácilmente podemos
calcular que un décimo multiplicado por un treceavo nos daría el número 130, y
esas son las posibilidades de éxito.
Ahora bien. Si hacemos el famoso juego de los timadores,
ese que al marear entre las manos tres naipes, debemos de acertar la posición
de una de ellas, obtendríamos mejores resultados si eligiéramos al azar en vez
de orientarnos por nuestra engañada visión. Por tanto, un tercio no significa
siempre tener un 33 % de posibilidades de éxito.
En estos últimos años he pensado mucho sobre esto del
Fátum y en estos últimos días he llegado a un convencimiento propio por el cual
me defino y en base al que pretendo luchar cada día.
De alguna manera u otra, el destino existe y es algo que
podría definir como la permanente carcajada que el Gaia, en forma de Dios Griego
de la Tierra, nos dedica cada segundo. Es como si no hubiera nada dejado al
libre albedrío que defiende un amigo mío en consonancia con la Diosa Fortuna.
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