Se alimenta a través de mis actos rellenando perfectos bordes que la acompañan en la mañana y enriqueciéndose, se ensancha hasta el momento en que muere junto a mí alma en un solemne momento que acompaña cada uno de mis días.
Ave Fénix que tras cada ocaso renace para soportar nuevos gestos que me preparan para terminar conmigo mismo. Prudente como obsoleta transparencia que anula mi luz hasta convertirse en un amarillento sueño fúnebre que cada noche llora a mi lado.
Gigante y alargado espejo del alma que en momentos se introduce en mi interior para compartirme en graciosas idas y venidas. Entrelazada, avispada, estática en sus brincos y veloz en sus paradas. Así es ella.
Superpuesto ente sin valor que se añade a mi cuerpo y dibuja la ilusión más veloz de lo que yo mismo la percibo. Estéril, eterna de simpática mirada, corre, vuela, sueña.
Comerciante de mil noches de vigilias desesperadas, inverosímil timbre de voz silencioso. Asumo el miedo que me produce tu compañía para que no me abandones. Me devolviste la vida impregnada en tu olor, protegiendo mi alma de un viaje sin retorno para el que ya me había preparado.
No dejaste otro Peter Schlemihl y me recuperaste para continuar el juego. Renegué de ti, te reté y como perdedor obtuve la mejor dádiva que ningún hombre pudo jamás desear. No volveré a defraudarte.
Hoy conozco tu valor.
Gracias por estas lágrimas. Las de ahora mismo.
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