¿Qué dictador levantó las estatuas de su mayor enemigo después
de haberlas derribado? Desde una falsa humanidad, podríamos parecer cada día
más grandes.
Si pudiéramos doblar la línea del tiempo por el año mil,
coincidiríamos con una época donde el ser humano empezó a forjar un nuevo mundo
en su mente. La inteligencia como mecanismo de adaptación a situaciones tuvo en
aquellos días su mayor punto de inflexión.
El Antiguo Egipto y la
Civilización Griega dieron paso a un Imperio que, desde el Tigris
hasta sus últimas conquistas en Gran Bretaña, creció a base de barbaries
propias de aquellos tiempos, pero que, sin lugar a dudas, tuvo su mayor arma en
el término que conocemos con el nombre de manipulación.
La precisión con que obraban los tahúres de alta alcurnia
que Roma nos dejó, es propia del momento actual en que vivimos.
Marcha por la dignidad, concentración por derechos
humanos, en defensa de la educación o por la vida misma, son algunos de los fáciles
slogans que promueven maravillosas asociaciones que se encumbran en sí mismas
buscando el seguimiento del pueblo llano.
Enfrente, un gobierno, el de turno, el del momento, el
impuesto por todos los que hacemos reflexión cada cuatro años y decidimos
siempre sin acierto quién o qué va a meternos más o menos rápido en otra
calamidad.
¿Qué podrían haber hecho dos mil cristianos
enfrentados a la guardia pretoriana de Publio El Joven? Sencillamente podrían
haber muerto sin causar una sola baja entre los más adiestrados guerreros de la
historia.
Solo un detalle habría evitado que eso no pasara. Una
orden, un gesto, un instante de duda por el que Publio Cornelio Escipión
Emiliano no hubiera dado la orden a su cohorte para que eso pasara.
Lo contemporáneo siempre tiene un reflejo en el
pasado. Los sucesos de hoy en día siempre tienen parentesco con los retazos de
la historia. Lejos de aprender de aquellos años, el ser humano sigue mejorando
su capacidad de manipulación y de traición sin importarle el daño o el dolor
que infrinja, incluso cuando ese daño va destinado a sus seres más cercanos.
No es más fuerte el más grande o el más numeroso. No
es más fuerte quien tiene más armas y la ventaja en la guerra no está siempre
en el lado lógico. Al enemigo se le puede someter sin luchar, pero no de
cualquier manera.
La batalla por la dignidad del 22-M la
perdió el pueblo, el gobierno y, sobre todo, la perdió la dignidad de una parte
de nosotros, esos trabajadores que se llaman policías y que fueron traicionados hasta por su propio
ente. Para ellos y en contra de cualquier radical que se ampara al lado de otro
más grande.
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