Es una pena que en estas fechas tan
señaladas para la literatura española, nos tengamos que preguntar si nuestros
actuales dirigentes, aquellos que a caprichosos plumazos nos quitan la paz y el
sosiego, han hojeado alguna vez la obra maestra de la historia del humanismo.
Por si acaso les diré que la obra cuenta
la historia de un maravilloso botarate que en la última etapa de su vida y, con
la única fuerza que su propia locura le procuraba, anduvo, corrió y hasta voló
soportado por los brazos de un gigante. Don Miguel podría haber elegido
cualquier otro medio para definir todas las formas de personalidad del ser
humano y lo que para mí es más importante, fabricar el mayor manual de
psicología siempre contemporánea que nos podamos meter entre pecho y espalda.
Cervantes profetizó desde la ironía y un
extraño optimismo que siempre llevaba a Don Alonso Quijano, a meterse en
aventuras imaginarias de las que por tal naturaleza jamás podría salir bien
parado. Así, página tras página, se puede llegar a trasladar aquellas andanzas
hasta nuestros días y, a través de los ojos del enjuto y espigado protagonista,
pensar cuán sabio era el genio alcalaíno.
Me moriré de viejo y no acabaré de
comprender al animal bípedo que llaman hombre, cada individuo es una variedad
de su especie.
La vocación no se inventa, pero la
dignidad es cualidad innata del ser humano. Basándonos en ella, muchos de los que
hoy gobiernan, muchos de los oportunistas psicólogos que desde dentro de la
frontera terminan de apuntillar a las víctimas de la vida o aquellos docentes
que anulan la libertad al propio futuro, deberían mirarse en Don Quijote de la
Mancha. Y después, emular al samurai. Esa sería la
única manera de defender el honor.
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