Allí sentado agarrado a una fina manta que por poco difuminaba el frío, miraba la opaca pantalla de un televisor apagado.
Un pequeño corte en su pulgar recordaba que todavía quedaban cristales que recoger. La fotografía desnuda se mantenía en el marco de madera que aunque barato, había cumplido hasta hoy su cometido.
La tristeza era mas densa que de costumbre y los metros transformados en kilómetros definían un futuro en el que hoy prevalecía lo gris de un horizonte que, en este momento se comportaba como algo químicamente despoblado.
Las matemáticas eran la solución. Volver al ámbito de los números daría con un estoy a salvo y una vez más habría que dar la razón a los economistas de la mente. Los ingenieros del futuro. El poder de lo inentendible y el dolor habían vuelto a ganar.
Otra vez, se había demostrado que la lucha del corazón no tiene sentido. El funcionamiento de la mente como una empresa es lo que culmina los objetivos. Y cuando la mente esta en crisis, sólamente queda tomar medidas drásticas que a medio plazo y tras una reconversión den su fruto. Salud.
Muchos momentos del pasado venían a su mente pero la principal sensación que recorrió con él su vida, volvió a estar ahí. Error tras error. Vivir con el corazón solo daba lugar a uno tras otro. Vivir con el corazón solo significaba ser un aprendiz de un prospecto de Rimbaud.
Hacía años que aquel hombre no había tenido sensaciones. Las sensaciones que hoy venían con tara, aquellas que hoy se veían frustradas, aunque un día fuera la punta de la pirámide.
La televisión seguía estéril y el mando a distancia estaba treinta centímetros mas alejado de lo viable. Un nivel de tristeza mas abajo y había que reaccionar. En la calle, el sonido de un coche acortaba los segundos mientras se perdía en la lejanía.
La tristeza del brotar de unas lágrimas acallaba el picor de unos ojos. Unos ojos que se querían cerrar para siempre.
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