Iván Redondo ha decidido que no vamos a elecciones en
noviembre. El gurú de Pedro Sánchez ha pensado que mejor no asumir riesgos
innecesarios y que más vale una vez muy colorado que ciento amarillo. El suicidio de
los socialistas se consumará este jueves, cuando a cambio de una
vicepresidencia de cartón piedra y tres ministerios descafeinados que dictarán
políticas ecológicas y de castillos hinchables, putas desde el respeto y lo que
más le dolerá a Carmén, la igualdad entre todos y todas, el votante de centro
izquierda empiece a pensar que su voto ha ido destinado a un gobierno
independentista, que defiende a los cachorros etarras de Alsasua y aboga por
las políticas feministas arcaicas y más radicales que fomentan la extinción.
Pues eso es lo que tenemos sobre la mesa como un acuerdo
previo, que de no producirse un milagro casi imposible, perdón por la
redundancia, dará al traste con nuestro país. Sinceramente no me preocuparía
demasiado un gobierno socialista ganado en las urnas, que aunque nada tenga que
ver con aquellos inicios que después de la transición pusieron a los Felipes y
Alfonsos en el poder, podría ser válido siempre y cuando no se dedicaran a
inventar más de la cuenta. Otra cosa es la precariedad mental de parte de la
clase política actual, que me tiene que representar, de la que mucho se nutre
el socialismo actual, al que en la otra parte respeto.
Que esté el de la coleta en el gobierno es indiferente,
puesto que ya está todo hablado y Pedro Sánchez tenía decidido esto desde hace
mucho tiempo, haciendo caso a Iván, quien le recordó aquella anécdota del presidente Johnson en
conversación con McNamara, en la que descubrieron que el amo de las cloacas
americanas del momento, tenía que estar en su equipo y mear de adentro hacia fuera. No es que Iglesias sea dueño de
ninguna cloaca, ni controle nada que salga del fiasco de partido sectario que
tiene montado, pero quien le conocemos sabemos que es malo hasta el punto de
poder ser considerado uno de los mayores
dictadores de la historia, como así le definen dentro de su propio
séquito. Lo que no le gusta, lo erradica.
Quien no está con él, desaparece.
Hoy nos vamos a dormir pensando en que pasará, pero lo único
que realmente deseo es que no se nos termine de ir la cabeza un poquito más
allá y algún loco desfasado coloque a alguno de estos más que probados sinvergüenzas,
en Defensa, Interior, Exteriores o los dejen cambiar las bombillas en el ministerio de la pasta, porque de ser así,
España corría el riesgo de desaparecer rápidamente.
Con lo fácil que podría haber sido por lo tontos que
realmente son, haber creado catorce o quince ministerios con sede en el Parque
Natural de Jandía o en Tabernas, haberlos mandado cuatro putos, la cerveza, el
sueldo y un peluquero para que fueran felices y comieran perdices.
Cuando se conocen las tripas de los organismos y se ha
vivido cierto tipo de cosas, uno no se explica el cómo se ha podido llegar
hasta aquí. Sigo pensando que tenemos lo que nos merecemos.
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