Heather estaba en sus últimas horas y antes de morir le hizo prometer a Connor que encendería una vela cada día de su cumpleaños. Él cumplió esa promesa hasta el día de su muerte.
Aunque lo hago pocas veces, todavía tengo la capacidad de llorar. Nunca lo he hecho por dolor físico, pero si por impotencia. Pero la mayoría de las veces, ha sido de película, en escenas que no consigo superar y tampoco me importa.
Connor pasa una vida con Heather. Una vida en la que mientras ella envejece con total normalidad, el siempre esta igual que el día de aquella batalla en la que por primera vez se enfrenta a Kurgan.
La escena de la muerte de Heather es verdaderamente dura a vez que romántica. Toda una vida al lado de alguien que no envejece, pero que ha estado ahí sin importarle esa diferencia que día tras día se iba agrandando. La pena de irse a la tumba, frente a lo que tiene que suponer perder lo que más quieres en el mundo y tener que vivir con ello durante toda la eternidad.
Y ahí está el dilema. ¿Siempre es mejor seguir viviendo? ¿Nos cambiaríamos por la persona que decimos que queremos? ¿Verdad que habría mucho que pensar?
Todo el mundo sabe que no creo en Dios, pero a la vez, he sido y soy capaz de sentarme en el frío banco de una iglesia durante horas y dentro de ese entorno, llegar a ciertos estados que al menos, podríamos definir como raros.
No creo en Dios y no permito que ninguna religión me ampare, porque no tengo ningún miedo ni respeto a morirme. ¿Me hace eso mejor? ¿Soy peor?
En el fondo y cierto es que la mayoría no lo reconoce, lo difícil es vivir. ¡Se acabó la película!
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