Tenía muchos amigos. Hacer
deporte y salir de vez en cuando de fiesta era algo habitual.
Al despertar, en ese momento donde la cordura te destroza el alma, me alegré en
el instante que comunicaron que algunos de esos amigos, habían estado a mi lado
durante ese tiempo en el que un estado de coma profundo me tenía del todo
ausente.
Pasaron los días y jamás olvidaré esa sensación de soledad que me
invadía al comprobar que desde el que mis ojos volvieron abrirse, no los volví
a ver. Estaba inmóvil, estaba solo y lo peor de todo es que nada tenía remedio.
A
partir de ese momento, empecé a reestructurar mi cabeza. Me había convertido en
un novato que tenía que gestionar mi propio pensamiento para seguir adelante
con una nueva forma de vida. Una forma de vida que no quería. Constantemente
recordaba las clases de tenis. Ese deporte que me encantaba y que ahora, como
me pasaba con otras tantas y tantas cosas, solo podía practicar en mis sueños. Pasaban
los días y poco a poco me fui dando cuenta de que me había convertido en una
especie de egoísta que se había olvidado completamente de las personas que
tenía al lado.
Paralelamente, aquel suceso que cambio mi vida unos meses atrás,
había sesgado también cualquier futuro de toda la gente que me rodeaba. Ahí
empezó realmente el peor momento de mi toda mi existencia.
Siempre he pensado que
tenemos el mejor sistema sanitario del mundo. Pero el destino también te puede
poner delante de las personas sin corazón que se cargan lo establecido y llegan
a alcanzar unos niveles de crueldad que hasta aquel momento, desconocía podían
llegar a existir.
El mal trato al que fue sometida mi madre fue brutal.
Mi madre solo quería verme salir adelante. Salir adelante sin condiciones y en
cualquier circunstancia. Dispuesta a nada más y nada menos que a sacrificar
toda su vida por mí, tenía que atender a todos los comentarios con que
insensibles personajes de cuento de terror la entretenían constantemente.
Mi
madre tenía que firmar un puñetero papel por el que se procedería a la donación
de mis órganos. Hasta ese momento y con veinte años, yo era un chaval muy
sano y era evidente que podría salvar muchas vidas. Todos los santos días, una
y otra vez tenía que escuchar que no había manera humana de que su hijo pudiera
seguir viviendo. Después de aquello y cansada de aquellos equipos médicos pero
con más fuerza que nunca, mi madre optó por sentarse a mi lado, cogerme de
la mano e irse cuando venían a visitarme.
Todavía esta mañana me he
preguntado, ¿Dónde estaría yo ahora mismo, si mi madre hubiera firmado esos
papeles? La rabia y la indignación hacia aquellas malas gentes, solo se
compensa con el orgullo de saber que tengo la mejor madre del mundo. La que sin
descanso, se deja la vida por mi cada día.
Tenía muchos amigos. Hacer
deporte y salir de vez en cuando de fiesta era algo habitual.
Al despertar, en ese momento donde la cordura te destroza el alma, me alegré en
el instante que comunicaron que algunos de esos amigos, habían estado a mi lado
durante ese tiempo en el que un estado de coma profundo me tenía del todo
ausente.
Pasaron los días y jamás olvidaré esa sensación de soledad que me
invadía al comprobar que desde el que mis ojos volvieron abrirse, no los volví
a ver. Estaba inmóvil, estaba solo y lo peor de todo es que nada tenía remedio.
A
partir de ese momento, empecé a reestructurar mi cabeza. Me había convertido en
un novato que tenía que gestionar mi propio pensamiento para seguir adelante
con una nueva forma de vida. Una forma de vida que no quería. Constantemente
recordaba las clases de tenis. Ese deporte que me encantaba y que ahora, como
me pasaba con otras tantas y tantas cosas, solo podía practicar en mis sueños. Pasaban
los días y poco a poco me fui dando cuenta de que me había convertido en una
especie de egoísta que se había olvidado completamente de las personas que
tenía al lado.
Paralelamente, aquel suceso que cambio mi vida unos meses atrás,
había sesgado también cualquier futuro de toda la gente que me rodeaba. Ahí
empezó realmente el peor momento de mi toda mi existencia.
Siempre he pensado que
tenemos el mejor sistema sanitario del mundo. Pero el destino también te puede
poner delante de las personas sin corazón que se cargan lo establecido y llegan
a alcanzar unos niveles de crueldad que hasta aquel momento, desconocía podían
llegar a existir.
El mal trato al que fue sometida mi madre fue brutal.
Mi madre solo quería verme salir adelante. Salir adelante sin condiciones y en
cualquier circunstancia. Dispuesta a nada más y nada menos que a sacrificar
toda su vida por mí, tenía que atender a todos los comentarios con que
insensibles personajes de cuento de terror la entretenían constantemente.
Mi
madre tenía que firmar un puñetero papel por el que se procedería a la donación
de mis órganos. Hasta ese momento y con veinte años, yo era un chaval muy
sano y era evidente que podría salvar muchas vidas. Todos los santos días, una
y otra vez tenía que escuchar que no había manera humana de que su hijo pudiera
seguir viviendo. Después de aquello y cansada de aquellos equipos médicos pero
con más fuerza que nunca, mi madre optó por sentarse a mi lado, cogerme de
la mano e irse cuando venían a visitarme.
Todavía esta mañana me he
preguntado, ¿Dónde estaría yo ahora mismo, si mi madre hubiera firmado esos
papeles? La rabia y la indignación hacia aquellas malas gentes, solo se
compensa con el orgullo de saber que tengo la mejor madre del mundo. La que sin
descanso, se deja la vida por mi cada día.
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