Sin ser observado pero al lado y pendiente de todo lo
que allí estaba ocurriendo, hace un par de días asistí con estupor a una escena
propia de una película de Woody Allen en la que, seis personas alrededor de una
mesa redonda y giratoria practicaban un sucedáneo del juego ese en el que una
botella gira hasta determinar quién es el que realiza una arriesgada acción o
comentario.
Parecía que uno de los presentes llevaba
la voz cantante y desde esa posición de privilegio propuso la primera duda. La
mesa giratoria llena de viandas, daría vueltas y una de las botellas que
en ella se encontraba marcaría el orden en el que cada uno iba a hablar de
quien estuviera en ese momento sentado enfrente.
Uno tras otro, todos los curiosos
personajes que se encontraban en aquel rincón se echaban piropos y halagaban de
manera vergonzosa en un cursi y a la vez grotesco ensayo en el que no se escuchaba
ni una mala palabra. Todos se querían mucho y pasados unos minutos y tras
derramar por segunda vez la tercera o cuarta botella de un barato vino que
bebían, no pareciendo tener los giros de la mesa controlados, el que mandaba
cambió el tercio y propuso la siguiente cuestión: “Al que le caiga la
botella, debe de explicarnos que es el amor para él”.
Todos asistieron convencidos y más
convencido estaba yo que me lo iba a pasar de puta madre con esos seis
catedráticos de filosofía que parecían muy enamorados los unos de los otros.
La botella fue cayendo por orden delante
de todos y cada uno de los que allí se encontraban y de esta manera iba
escuchando diferentes definiciones de lo que significaba la palabra amor.
Uno hablaba y todos los demás
escuchaban aunque sin callar:“El amor es la vida. Es por lo que merece la
pena vivir. Es lo que das sin esperar nada”.
En otro de los turnos: “Me levanto y echo de menos a alguien, cuando estoy comiendo
echo de menos a alguien y por la tarde echo de menos a alguien, por la noche echo de menos a alguien y cuando eso pasa, eso es el amor”.
Seguidamente, otra de las personas definió
el amor como si fuera lo mismo que la democracia, y a modo de canción protesta
al estilo Jarcha dijo: “El amor es no tocar
los cojones a la otra persona, quien te quiere te dejará vivir y cuando empieza
la libertad de uno, acaba la tuya”.
Con anterioridad, el egoísta del grupo,
se refirió al amor como: Algo reciproco que era
necesario para tener una estabilidad propia, pero a la vez explicando que
cuando sientes amor por alguien, no te importa dar la vida por la persona en
cuestión.
Me quedé perplejo y anonadado al ver
cierta negativa ante las palabras de este bien parecido y aparentemente educado
varón que únicamente se refería al amor como algo bidireccional con mucha parte
egoísta en cuanto a lo que cada uno necesita. Pensé que el amor es totalmente
compatible con la libertad del individuo pero que las necesidades de todos no
son las mismas. Y después de terminar de escuchar a todas estas personas, me
pregunté por la relación entre dignidad y amor.
Pienso que es totalmente cierto que el
amor entre dos personas hay que vivirlo desde la libertad más absoluta. Aquí
cada uno hace lo que quiere. Pero, ¿qué es exactamente hacer lo que uno quiere?
Ahí es donde erradica para mí el
problema. ¿Es el amor y la necesidad de amar lo suficientemente fuerte como
para soportar cualquier situación?
Sería de locos aguantar una infidelidad
de la persona amada, solamente por el hecho de tener la necesidad de estar
cerca de ella, pero sin llegar a la infidelidad manifiesta, me gustaría haber
propuesto al grupo del otro día una cosa.
¿Cuánta paciencia hay que tener para mantener un sentimiento de amor dentro
de una situación que, nos mata lentamente?
¡Cuidado¡ Se puede querer a
alguien mucho más que la propia vida y tener que irse a vivir a las antípodas,
siendo el amor que se siente por esa persona casi igual a la dignidad del
propio, valga la redundancia, ego.
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