Te levantas por la mañana después de enfrentarte a tu peor guerra y desnudo te diriges a la televisión. Es Julio, pero el suelo del pasillo es frío y mientras lo recorres buscas en el móvil un mensaje, un dato o un simple “tweet” que te sorprenda con una buena noticia. No existe ese mensaje. Él está callado.
La televisión te siente y automáticamente te coloca ante un desastre de mundo. Un desastre del planeta del que no podemos salir. Un caos propio de una película futurista al que muchos contribuimos y aportamos lo que ni tan siquiera conoció el alma ya muerta que un día convivió con nosotros.
Gaza. Somos capaces de matar con un misil que acierta y derrumba cualquier instalación. Matamos directamente por el milimétrico impacto, por el aplastamiento que producimos con el desmoronamiento de edificios. Armamento antipersona, amputaciones, desmembramientos, sangre y dolor. ¿Qué estamos haciendo?
El Boeing 747 de Aerolíneas Jordanas está haciendo la maniobra de aproximación y desde cualquier punto del mismo se observa una luz que termina de alcanzar su altura máxima. A continuación, al empezar la caída, un misil Tamir de cienmil dólares intercepta el Qassam fabricado en cualquier calle de Jabaliya destinado a crear muerte una vez más en Ascalon.
¿Quiénes son ellos? ¿Quiénes somos nosotros? Empiezo a sentirme culpable. Culpable de formar parte de una entidad que no ha sido capaz de erradicar el terrorismo.
Los conflictos bélicos están ahí, han estado y estarán. Existen tratados y acuerdos que respetar y que regulan la defensa de territorios democráticos que tristemente necesitan protectores de su población civil. No podemos negociar la imposible paz que nadie quiere y que pasaría por una marcha atrás en el tiempo hasta remontarnos los miles de años que nos dieran la oportunidad de cambiar el mundo. Imposible.
Negociemos las vidas de los niños. Empecemos por ahí. Sentemos una base que mire hacia lo que queda del cuerpo de un niño de cinco años que extiende sus añicos en cuatro metros de asfalto.
Dejemos de estrellar aviones contra torres que podrían simular la hermandad, lo mutuo y lo igual. Dejemos de reventar trenes llenos de trabajadores que serían los mismos que hoy se posicionarían al lado de cualquier bandera palestina en una absurda y politizada manifestación contra Israel en cualquier lugar del mundo.
Hace siglos que el ser, es humano por su locura. Hoy en día hemos roto los moldes que incluso cualquier sanguinario terrorista creyente de utopía entendería como algo lógico. Todos tenemos miedo. Todos somos personas y cualquiera de nuestros hijos puede recibir un balazo en la cabeza sin haberle dado la oportunidad de entender por qué vino a este mundo del que no podemos salir.
Solo hay una solución. No podré entender vuestro odio ni aportaré nada a vuestras ideas, pero sí puedo negociar por la vida de mis hijos como de los vuestros.
<3
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