Un estado de derecho no puede
permitir que una persona muera en prisión. En el mismo estado de derecho
tampoco se debería permitir que una persona permanezca secuestrada en una un
zulo de tres por dos durante diecisiete meses, tres semanas y un día.
Es indudable que, además de las
leyes que regularizan un estado de derecho, existen de igual manera las que
regulan la dignidad y la integridad moral de las personas frente a sus
semejantes.
Todos los seres humanos nacen
libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y
conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros.
Es curioso como el artículo
primero de La Declaración
de Derechos Humanos se abre a la sociedad como un pantomima resquebrajada que
hace aguas en un constante naufragio.
Ni todos los seres humanos nacen
libres e iguales, ni tienen los mismos derechos y una gran parte de ellos no
están dotados de razón y conciencia.
A sus trece años estranguló y
sodomizó a su víctima de cuatro. A sus catorce años, violó y asesinó a su
vecina de ocho. Así sucesivamente podríamos recordar numerosos casos que pueblan
la crónica negra del ser humano.
Bolinaga es un asesino que nació
libre e igual en dignidad y derechos a los demás asesinos de ETA con la
suficiente razón y conciencia para pensar desde la más absoluta de las
enajenaciones en como matar a capricho y de forma indiscriminada a cualquiera
de sus semejantes.
Todos los tratados que defienden
y definen la palabra igualdad, empezando por el mayor panfleto de la literatura
universal que, es acompañado de todas y cada una de las reformas que privan a
la sociedad de la defensa contra los asesinos de niños, son la mayor y mejor
garantía que tienen los que nunca debían haber nacido.
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