Llamaré tigres al grupo de políticos honorables que, por
vocación, se dedican a procurar lo mejor para los ciudadanos. Al resto, leones.
En este grupo englobaré a los que usan el oficio para provecho particular,
corruptos, oportunistas y también a los tontos.
Pensando en los tigres, no hay mucho que decir. Simplemente
agradecer la profesionalidad que demuestran, entendiendo que gracias a ellos
las cosas al menos se intentan. Para eso están y para eso se les elige. No
obstante, reitero mi agradecimiento.
Ahora imaginemos que, a vista de pájaro, clasificamos
subgrupos dentro del global de los félidos y así organizamos un ficticio y
complicado paisaje.
En primer lugar, divisamos leones que deambulan por la costa
valenciana y que no pagan sus trajes. Mientras, otros se afianzan entre las
Matas de la vegetación mallorquina y que esperan condenas en firme por delitos
de malversación, prevaricación y cohechos.
Al sol andaluz, un grupo de ejemplares trapichea con las
hienas y allí, a lo lejos, el más grande y hermoso de todos. Un recién llegado
de la montaña que sabe disfrutar de las pequeñas charcas que todavía mantiene
la zona de bárcena.
Unidos por el ecosistema, interaccionan con las demás
especies animales y algunas de sus voces sobresalen por encima de las brumas
que la humedad mantiene. Otras, resuenan a modo de siniestros zumbidos que
confunden, equivocan y engañan a los demás habitantes que postrados a la sombra
de las acacias esperan la llegada del tiempo seco.
Parapetados entre las matas y lejos de esas bárcenas que la
retirada del río convertirá en árido terreno, existe lo que yo denomino leones
del género tonto. Una subespecie de baja calaña que contiene manipulables
especímenes, y que a su vez son capaces de vivir del cuento, aprovechando la
carroña desestimada por los grandes protagonistas de este hábitat. Tontos y
vagos profesionales que arrastran una panza engordada a golpe de cautiverio
moral, siempre dependiente de sus tiranos y maquiavélicos “jefes”.
Incrustado en el grupo,
forzado a formar parte de algo que no entiende y que no conoce, anacrónico
ejemplar sin facultades para aparearse, que lejos de lo impoluto como
calificativo del alma e incapaz de rectificar consabidos errores no forzados,
se la juega siempre al regocijo del superior ente que maneja caprichoso su
vaivén.
Cuando alguien comete un error
y no rectifica, el problema no es ya el error en sí. Lo peor es que al no
reconocer nuestra ignorancia e incapacidad, nos exponemos al siempre ser
superior que tenemos por encima de nosotros y que probablemente esté muy
cabreado.
Desde hoy, trataré a las
manadas de Leones como trato a los Perros cuando me los encuentro en forma de
jauría. Jauría humana.
Estimado señor Balsalobre, yo añadiría algo más parafraseando al "gran" Torrebruno y tremendamente aplicable al artículo.
ResponderEliminarTigres, tigres, leones, leones.
Todos quieren ser los campeones.