Hace casi cuarenta años. Dirección de la
Inteligencia Chilena.
Se me ató a una silla y se me puso una bolsa
de plástico en la cabeza que se me anudó con un cordón apretado al cuello. La
bolsa contenía serrín. Empecé a respirar el aire de la bolsa que en menos de un
minuto se agotó. Empecé a tragar serrín por nariz y boca. Aquellas
materias extrañas me penetraron hacia los pulmones y violentas contracciones
musculares intentaron expulsarlas. El esfuerzo me provocó vómitos que se
vaciaron en la misma bolsa. Los tragué unidos al serrín.
Antes de morir por asfixia, retiraron la bolsa
y me golpearon con correas de cuero y con puños en la cara, brazos, tórax y
muslos. Submarino seco que me aplicaron por dos veces más durante esa noche.
Me pusieron algodón en ambos ojos. Luego,
cinta adhesiva encima y me ataron de pies y manos fuertemente. Me hundían en un
tambor de aceite de 250
litros que contenía orina, excrementos y agua de mar.
Así me sumergían hasta que mi respiración no daba más y esto lo volvían a
repetir una y otra vez mientras me golpeaban y preguntaban. Submarino.
Obligada a tomar e ingerir medicinas,
inyectada en la vena con trapanal bajo la advertencia que sería hipnotizada
como único medio de declarar la verdad. Colocada en el suelo con las piernas
abiertas, ratones y arañas fueron instalados y dispuestos en la vagina y ano.
Sentía que era mordida, despertaba en mi propia sangre y se obligó a dos
médicos prisioneros a sostener relaciones sexuales conmigo. Ambos se negaron,
los tres fuimos golpeados simultáneamente por largo tiempo.
Conducida a lugares donde era violada
incontables y repetidas veces, ocasiones en que debía tragarme el semen de los
demás detenidos, eyaculada en cara o cuerpo y obligada a comer excrementos
mientras era golpeada y pateada en el cuello, cabeza y cintura. Electricidad.
China. Una plaza de cualquier aldea
de Jiangxi.
El verdugo era un soldado comunista, joven,
robusto y de aspecto feroz. Detrás de la primera víctima levanto la afilada
Jian y la bajó con fuerza. Así cayo la primera cabeza. La sangre manaba
mientras la cabeza rodaba por el suelo, a la vez que de fondo la maestra no
dejaba que los niños alteraran el compás de sus cánticos.
A los diez minutos,
trece cabezas rodaban una tras otra y varios soldados comunistas se aceraron
para extraer el corazón y festejar la matanza. Semejante matanza se llevo acabo
delante de los niños. Fueron castigados y regañados por vomitar a causa del
macabro ritual del que se los hizo ser testigos. Las escenas permanentes a los
que se les sometía hizo que, con el tiempo, incluso llegaran a disfrutar.
Pingshan.
Su hijo participó en la tortura. Vio morir a
su padre en medio de un dolor inaguantable mientras oía sus gritos. El verdugo
vertió vinagre y ácido sobre el cuerpo del padre y toda la piel se desprendió.
Comenzó por la espalda y siguió por hombros. Al poco rato le habían quitado la
piel de todo el cuerpo, excepto de la cabeza. Murió horas después.
¿A qué viene esto?
La historia se escribe de muchas maneras y las
"personas" tenemos la capacidad de olvidar a sus víctimas con
demasiada facilidad.
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