domingo, 27 de noviembre de 2011

Spassk


Gulag. Junto con una pernera de un pantalón a rayas, una camiseta rota y sin color definido era su única posesión. Descalzo sobre la nieve, había llegado a ese punto en que la muerte empezaba a cerrar sus brazos. Tan solo hacía unos instantes que los temblores habían parado y el sopor que anticipaba el fin, se empezaba a sentir.
Quedaba un momento de miradas perdidas. No existía la fuerza necesaria para concentrar la visión en un punto, pero aquel animal todavía con unos suspiros que derrochar se aferraba al hilo de vida que le quedaba.
Amoratado por los golpes y el frío. Desnutrido y extenuado hasta el último sentimiento, parsimonia y tranquilidad era lo que ahora ocupaba el espacio.
Estaba muerto y de posición erguido anticipó una rodilla sobre un trozo de bordillo que ganaba espacio al frío. La mano evitó una contusión más y lentamente lo que solo parecía una bolsa llena de sueltos huesos termino camino del infierno.
Llego la felicidad. Esa décima de segundo al final del todo, donde el calor de la muerte se instala en un cuerpo congelado justo antes de la última respiración. El hielo paró el corazón y solo una sonrisa hizo olvidar aquel niño que fue un día. Sentía sus piernas igual que segundos después de la amputación. Murió. Gulag.
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