En medio de la selva y lo más a
prisa que sus piernas se movían, que no corriendo, desde un
lugar sin nombre y del que el mundo de ese momento no sabía
nada, Andrés Navarrete avanzaba con la confianza en lo único que le acompañaba. El Diablo.
El pacto que hacía horas había
vivido entre sueños, se preocupó de que por el momento y aun
sin ninguna fuerza, cada paso hacia el oeste supiera a salvación.
El agujero no era profundo, pero la
infección en ese punto estaba cerca de partir su cuerpo en dos. El interior de la boca se hidrataba en su propia sangre. La sangre que producía en sus cortes la aridez de un paladar que no conocía el sinsabor del agua.
Lo más fácil en ese
momento habría sido rendirse. Dejarse caer en medio de la
selva y no sentir nada. La fiebre superaba todas las conocidas y solo
la controlaba el ejercito de larvas que devoraban a contrarreloj el tejido putrefacto.
Eran treinta kilómetros en linea recta
y aunque la orientación en estado normal no era un problema,
todo se había complicado demasiado. Había salido
ganando en el trato, pues la vida en ese punto del mundo no valía
nada y menos cuando la lógica decía que solo quedaban unos suspiros.
Allí estaba, sin saber cuando
había salido, ni los días que había estado
inconsciente. El último recuerdo fue la visión de lo
más profundo del alma de un niño a través de sus
ojos abiertos por última vez, justo después de haber
mirado al cielo azul y preguntar porqué, a alguien en el que no
creía.
-
! No te preocupes¡
Hoy hemos jugado y hemos perdido.
Mañana volveremos a jugar y ganaremos.
Mañana volveremos a jugar y ganaremos.
Duerme ahora.
No había sido un cruce de fuego
habitual propio de cualquier encontronazo en ningún sitio.
La casualidad de una bala perdida en un
inexistente momento de un calibre que así y allí no
tenía más sentido que el de matar.
Despertar en pocos minutos y
encontrarse solo en esa polana donde podrías descubrir las
orquídeas mas impresionantes del mundo fue todo en uno. Allí
seguía entrelazado al cuerpo muerto de aquel enano y solo
abundaba algo mas que la sangre. Las lágrimas. El hijo de puta
todavía se estaba riendo con los ojos abiertos. Murió
dentro de lo que le había hecho creer. Un juego.
Poco a poco iban llegando los
recuerdos. El niño ya no estaba y las sensaciones se mezclaban con profundos sueños que marcaban la realidad del momento. El
Diablo había estado allí. Había llegado y habló
sin palabras durante mucho tiempo. Repasamos juntos una vida y se
produjo el trueque.
Hospital Universitario del
Valle. Cali.
No hay comentarios:
Publicar un comentario