Un breve texto, concreto y fácil de entender para tanta
mente inquieta que puebla las redes sociales, discute y opina de lo que no
tiene ni la menor idea.
Un vicepresidente, un barco y una capitana. Tres protagonistas
de lo que podría parecer una historia de héroes y villanos dentro de un entorno
tipo Vacaciones en el Mar. Un
representante del equipo de los malos -pura administración italiana, armado y con
cara de malo- una maravillosa morenaza de uno con ochenta, tetas y culo gordo -quiero
decir en su justa medida- y mucho dinero, que se dedica a salvar el mundo
¡Orgasmo total! Cada uno ve a las actrices como quiere. Y por último un medio
donde se desarrolla la trama, que en este caso bien nos vale el barato y
destartalado barco de una oenegé que brilla por solamente brindar ayuda a la
sociedad tras unas políticas que únicamente salvan vidas de negritos, que bien
podrían haber sido también blanquitos, gays o heterosexuales. ¡Peliculón!
Una vez vista la película y pasados los créditos, se
enciende la luz. En ese momento, los tertulianos y artistas del Facebook,
plumillas de medio pelo y albañiles con vocación de políticos protagonistas
-¡Vivan los albañiles!- se miran los unos a los otros y con el alma henchida,
en un suspiro de ojos llorosos, dicen: ¡olé, olé y olé!¡Nuestra capitana!¡Nuestra
heroína! -no me refiero a la sustancia que se extrae de las semillas de ciertas
amapolas, es que también se llaman así este tipo de salvapatrias- ¡Qué bien lo
ha hecho! Y todos a dormir, deseando que a nuestro vecino le coja un cáncer que se
le lleve en dos días, que le despidan del trabajo, le deje la mujer y le denuncien
por malos tratos o cualquier otra cosa que nos mantenga entretenidos y nos
ponga delante la comidilla y la crítica, para pensar lo buenos y felices que
somos nosotros. ¡Sociedad de Mierda! Así es como yo denomino el entorno en
donde vivo y la hipocresía que reina en el mismo.
Yendo el texto por los derroteros que pretendo, no hace ser
falta ser muy listo -ya sé que a veces nos cuesta- para entender que ahora es
cuando la cruda realidad pasa a ser contada. Y contada con una alegría especial y un interés particular para esos que
he comentado antes. El mermado tertuliano con cara de imbécil -ocho de cada
diez que pueblan los platós- el típico influencer
que habita en lo virtual y que desarrolla una nueva forma de marketing, que se
puede basar en el cómo colocar las botellas, las bragas o el rodapié y que
escriben hoy, mañana de otra cosa, problema yihadista, independentismo catalán,
administración austriaca, pirámides o putas como si entendieran de algo, -cien de
cada cien- ni de putas.
La realidad de quien conoce el problema de la inmigración,
las oenegés por dentro y su manera de enriquecerse a costa de los muertos, por
ejemplo en el mar, es otra. ¿Se puede interceptar un barco plagado de
inmigrantes cuando abandona la costa de partida? No. ¿Se puede hacer variar su
ruta, haciéndolo regresar al sitio de donde salió? Tampoco. ¿Qué nos queda?
Hacer lo que todos estos tontos del culo, denominan proteger nuestras fronteras
a costa de la vida de esas pobres personas que dieron todo lo que tenían para
hacer el sueño americano sabiendo que pueden morir ahogados en cualquier punto
del recorrido. ¡Qué bonito! Y esto no es
otra cosa que imponer la particular, rara y atroz ley que impida que cuatro
millonarios que viven en Miami, Londrés y Moscú -hay uno que no se donde está- hagan su agosto de manera
permanente a costa de esas vidas que a nosotros tanto nos preocupan. Es decir,
incautar los barcos, meter en la cárcel a capitanes y capitanas -que no es lo
mismo, unos tienen cola y otras a veces solo rabo- armadores, denunciar la
bandera del país de turno aunque rara vez sea holandesa o panameña, multas y si
es necesario sangre.
Me ahorro la pregunta, porque ya sé que no la mayoría de
la población no lo va a entender. ¡Hoy soy un poco más malo que ayer, pero
seguramente menos que mañana!