En
ningún país del mundo que creo conocer, tardarían tanto en quitar las
competencias a una parte del territorio alzado en rebelión. Hacer
prevalecer la Ley y los Derechos de los ciudadanos, son los dos únicos
objetivos que debe de perseguir cualquier gobierno. Cualquier Dirección
Política que no cumpla mínimamente esas premisas, se situaría fuera de
cualquier orden democrático establecido.
¿Qué pasa con el Gobierno de España? ¿Quién es Mariano Rajoy?
¿Quién es el responsable de tomar decisiones frente a la amenaza
independentista? Deberíamos de entender varias cosas. La primera es que la
respuesta ante este tipo de situaciones no es fácil, porque el terrorismo
catalán que parece tienen en jaque al país, no representa a ninguna nación
enemiga, ni tampoco es ninguna amenaza para nuestro territorio. No es fácil,
porque no se puede tratar el asunto como una guerra civil. Pero yendo
más allá, hay que entender de una vez por todas, que el gobierno popular tiene
que defender los intereses de muchos catalanes que no tienen la enfermedad
separatista.
Hay que saber, que aunque bueno para uno y malo para otros,
Mariano Rajoy no tiene ni la capacidad, ni la responsabilidad de decidir sobre
este asunto. Y hay que entender que los gobiernos no funcionan por la decisión
de sus cúpulas, si no por las últimas conclusiones sacadas de cientos de
reuniones de técnicos, que aciertan más que se equivocan. Y está bien decir,
que esas decisiones se toman en función de muchos factores que no nos cuentan
unas televisiones infestadas de tertulianos que hablan con términos de final de
carrera, con una preparación de educación infantil.
El desarrollo intelectual de cualquier persona, siempre se ve
truncado por el borreguil instinto de la muchedumbre. ¿Somos igual que
los independentistas?
Cuando el zapato es cómodo, te olvidas del pie.
El argumento de que la sociedad siempre se equivoca, se basa en
una teoría taoísta que podría ser demostrada después de escuchar numerosas
citas. Pero quizás la menos comprendida y más a la vez clara de todas, es la
que hace referencia al momento en el que nos olvidamos de que tenemos pies.
Tenemos tendencia a pensar que siempre tenemos razón y normalmente
no es así. Cualquier premisa sobre la que pensamos están sentadas nuestras
bases, casi siempre es falsa. El dinero, la medicina, la amistad o incluso el
aire que respiramos, son una realidad que dista mucho lo que realmente son. Pensamos que es verdad todo lo que nos han contado y deberíamos de
valorar que la mayoría de las veces, la única verdad solo está dentro de
nosotros. Ahí, muy cerca. En nuestra mente.
Si preguntamos a cualquiera sobre quién es el precursor de la
Teoría de la Relatividad, ni que decir tiene que la respuesta que
encontraremos, será errónea. Y así como en todo, volvemos al argumento
principal del texto en el que quiero permitirme explicar, que la sociedad
siempre se equivoca.
Estos días nos hemos convertido en expertos catedráticos de
ciencias políticas. Conocemos la Constitución al dedillo, cuando jamás la hemos
leído. Sabemos lo que hay que hacer con Puigdemont, Junqueras y Forcadell, sin
entender que es exactamente un Parlamento, ni porqué está ahí. Criticamos a los
jueces, sin conocer en que se basa la instrucción de un proceso judicial. Así
sucesivamente podríamos poner mil ejemplos que demostrarían que vivimos en una
sociedad llena de imbéciles. Es decir, una sociedad totalmente normal y con
grandes carencias en todos los ámbitos culturales, pero que conoce y recuerda
la alineación de cualquier equipo de fútbol de los años 40.
Hoy hablamos de 155, como podríamos hacerlo de 444 o de 1356. Nos
han dicho que esa parte de la Constitución es la que hay que aplicar para salir
del atolladero catalán. He llegado a escuchar opiniones sobre la obligatoriedad
que ese artículo impone sobre la convocatoria de elecciones y lo que es mucho
mejor, sobre las dos únicas opciones que tiene el gobierno para colocar una Dirección de turno. Es decir, que la cultura política de este país está anclada
en los primeros tiempos del mesozoico.
Lo cierto es que personalmente podemos querer muchas cosas. De
esta manera y si alguien me pidiera mi opinión sobre este conflicto, se
sorprendería de pensar lo radical que soy y de la cantidad de tanques que me habrían hecho falta para solucionar el tema, ya que solo las penas de muerte, serían superiores en número. Pero no se trata de lo que queremos, si no de pensar que
cualquier Estado de Derecho, tiene sus propios cauces para solucionar cualquier
amenaza, ya sea esta interna o externa.