Alberto Chicote llega a las "cocinas del infierno"
y normalmente se encuentra con una desorganización total del
chiringuito de turno. Camareros y cocineros que pasan el día a palos, entre instalaciones
que dejan mucho que desear. El resultado final, llega al público en
forma de platos sosos, secos, pasados o, incluso, fermentados. En definitiva,
nunca apropiados para la venta y mucho menos para el consumo.
Alberto Chicote intenta solucionar la
situación, atacando de manera vertical, de arriba abajo, empieza preguntando a
todos los empleados para llegar a la conclusión de que "el problema"
se engendra en la cúspide de una pirámide que encabeza digamos, "El
Director". El resto de aspectos son simplemente daños colaterales de una
mala gestión que generan ese fin de fiesta, en forma de mal plato.
Alberto Chicote enfoca sobre una persona y
propone directrices básicas en forma de maneras de trabajar, modernización de
instalaciones y renovación de carta. Organiza una cena y con esto y un postre,
que podría ser bizcocho y hasta mañana a las ocho.
Las cosas en la mayoría de los Institutos de
Educación Secundaria, podrían ser un poco comparables en su variante:
"Este instituto es un infierno".
Para un alumno, el cambio desde el colegio al
instituto es abismal. Con este handicap, los preadolescentes
deben asumir un subidón hormonal que cualquiera de nosotros a día de hoy,
aun con lo viejos que somos, no solucionaríamos más que agradecidos ansiolíticos
de a euro la receta.
Si a todo esto añadimos una falta total de
pedagogía en la estructuración de la enseñanza Secundaria, el cóctel es
digno del propio Viacheslav. Así que con este percal sólo nos cabe en la mente
tener esperanza y confianza ciega en un buen equipo directivo y una buena
dirección de dicho equipo docente para poder sacar el chiringuito a flote.
Es difícil conseguir todo esto sin una
buena organización, una buena comunicación y, sobre todo, sin una buena
motivación de manera vertical, pero en este caso de arriba a abajo.
El Director, como cabeza visible del centro
hacia fuera y de fuera hacia el centro, junto con el Jefe de Estudios y
adjuntos como cabezas pedagógicas, deben TRABAJAR por y para el centro y,
sobre todo, por y para el beneficio de sus alumnos. Por supuesto es más
fácil para todos consentir que educar. Y una vez consentido, es más fácil
todavía quitarse el problema de delante que intentar solucionarlo.
¿Cargos son cargas? Estas dos
"figuras" son las encargadas de motivar a un profesorado
con todas las peculiaridades y problemas del mundo, escuchándoles
y animándoles con los proyectos que pretendan llevar a
cabo, proponiendo nuevas ideas y, sobre todo, valorando su trabajo incluso
con las correcciones que necesiten.
Los docentes deben estar dirigidos
por gente que ame su trabajo, de manera que el dicho, "hombre
deprimido no produce" pase a ser "hombre motivado hace producir
a sus alumnos".
Cuando las cosas funcionan de esa manera se
hace el doble en la mitad de tiempo. Suena a utopía, pero doy fe de que se
puede y demostrado está. Si las cosas no son así, se produce el síndrome del
profesor quemado. Al no sentirse valorado ni siquiera por sus superiores
directos, ni por las autoridades educativas. Al no sentirse apoyados por
sus compañeros a la hora de llevar a cabo nuevas estrategias
de aprendizaje y mejorías para sus alumnos. Al sentirse
menospreciados por toda la comunidad educativa en general, y por el
entorno en particular.
Es decir, van a su trabajo, miran el reloj y
esperan que lleguen las tres para salir corriendo. Funcionarios puros y
duros, sin implicación personal con su trabajo directo. Motivación Cero.
Pasotismo. Y todo esto se contagia, al igual que los piojos, de manera
inmediata y en la misma verticalidad, de arriba a abajo, Dirección -
Departamentos - Profesores - Alumnos. A partir de ahí extrapolamos a las
familias.
Las direcciones de los Institutos de Educación
Secundaria públicos deberían estar ocupadas por jóvenes y humanas promesas con
ilusión, lejos de la teoría de manual. Por tanto, por personas y no por gente.
Personas que tuvieron que pasar una de las oposiciones modernas y reales que
hoy existen en la enseñanza. Estas direcciones deberían estar
ocupadas por maestros que luego fueron profesores, es decir, por personal que
haya estado en la "escuela" antes que en el Instituto. Sin tendencias
políticas públicas para no defender consejerías y estamentos superiores y
perder su carácter político.
Deberían brillar por su empatía y repito, ser
personas y no retrógrados directores que parecen dictadores sin preocupación
por el futuro de nuestros chavales. Eso es lo que está en juego. La educación
de los que pagarán nuestras pensiones y nuestro entierro. El problema es
que la mayoría de los directores de los IES, son de derechas.